EL SENTIDO DE LAS COSAS
(A propósito del video-documental sobre Javier Galaviz)
Los propósitos adquieren sentido cuando responden a los objetivos trazados, como también los buenos deseos, por más que abunden en buenas intenciones, nunca se desdeñan; al contrario, todo el tiempo merecen gratitud. Sin embargo, no siempre concluyen en un logro o beneficio para quienes van dirigidos; a veces, la forma en que se expresan esas intenciones carece de la claridad de un objetivo definido, y sus resultados pueden incluso resultar desastrosos.
Es aquí donde considero que el sentido de las cosas adquiere verdadero valor, en la medida en que se cumple la correspondencia esperada entre lo deseado y lo alcanzado; sin embargo, el problema surge cuando quien pretende ofrecer un halago termina convirtiéndose en el protagonista de sus propios objetivos, antes que cumplir con el reto prometido.
Quiero con estas palabras reconocer las buenas intenciones que motivaron la realización del video dedicado a la obra y vida de Francisco Javier Galaviz, con un título más que sugerente: “En la búsqueda del pincel encontré la fotografía”. La presentación tuvo lugar el viernes 5 de septiembre en la Sala Carlos Monsiváis del CECUT, ante más de una treintena de tijuanenses, amigos, conocidos y parientes del artista, convocados por un gesto que anticipaba la importancia del proyecto, y no era para menos, la premisa la avalaba un espacio que se ha distinguido por mostrar un cine crítico y propositivo.
El joven videasta sinaloense Hamlet Rubio, arraigado en la entidad, emprendió junto con su entusiasta equipo de trabajo la tarea de realizar, por iniciativa propia, un video sobre la vida y obra de Francisco Javier Galaviz; lo que es, sin duda, un gesto valioso e incuestionable que merece celebrarse. Desde el inicio de la presentación, el director transmitió un entusiasmo desbordante y asumió, sin decirlo, la certeza del éxito de su propuesta; confianza que se reconoce porque suele ser, casi siempre, motor de buenos propósitos. No obstante, los resultados de este ejercicio fílmico dejaron mucho que desear, quedando en un nivel muy elemental frente al reto de dar a conocer la vida, obra, desarrollo y proyección de Francisco Javier Galaviz, odontólogo, pintor, fotógrafo y entrañable amigo tijuanense.
Sin necesidad de entrar en pormenores, el video evidenció una grave desorganización estructural y un claro desconocimiento de lo que significa realizar un documental. Un proyecto de este tipo exige centrar el eje en la vida y obra del autor, a partir de una investigación rigurosa que permita exponer con claridad su evolución y aportaciones. Nada de ello estuvo presente. Lo que se ofreció fue un producto deficiente, como ausencia de datos esenciales, narrativa confusa y desordenada, omisión de datos fundamentales, imágenes descuidadas de las pocas obras mostradas, ausencia de fichas técnicas informativas, carencia absoluta de una visión crítica y objetiva de la producción visual del artista, además de entrevistadores sin preparación, incapaces de dialogar o formular preguntas relevantes. A todo esto se sumó la participación innecesaria de algunos invitados, que aportaron muy poco o nada al objetivo, que no corresponde discutir aquí. Aspectos básicos y determinantes que fueron ignorados, lo que restó importancia al proyecto convirtiéndolo en un ejercicio superficial, carente de seriedad y rigor.
A esto se suma la clara evidencia de la inexperiencia, reflejada en la selección de preguntas carentes de contenido y, en ocasiones, inconexas, así como en los cortes abruptos de las entrevistas, que interrumpieron incluso explicaciones sustanciales del autor. Resulta incomprensible, en este nivel de errores, la ausencia de voces de otros artistas, promotores culturales o incluso familiares cercanos, cuyas vidas y experiencias han estado estrechamente vinculadas a la del autor desde su juventud. Sus testimonios habrían aportado matices indispensables y enriquecido la comprensión de una trayectoria marcada por anécdotas valiosas, cuya omisión dejó un vacío evidente en un proyecto que, por su naturaleza, exigía mayor seriedad y profundidad.
Debo señalar que estas ausencias, así como las intervenciones desafortunadas de ciertos invitados, pudieron haberse corregido mediante una edición cuidadosa del material grabado, pero todo indica que ello no se consideró relevante. El resultado fue un cúmulo de banalidades que revela una mirada superficial y evasiva, muy distante de la perspectiva crítica y analítica que un proyecto de esta naturaleza exige.
La relevancia de reconocer la trayectoria de un artista local con un recorrido plástico-visual significativo es incuestionable; algo que se esperaba ver reflejado en un proyecto de esta índole, y que debería —sobre todo— ofrecer una memoria que no solo reafirme lo que ya sabemos, sino que también revele aquello que ignoramos; ahí radica lo imponderable de su valor informativo. Javier Galaviz merece ese reconocimiento, pues ha sido pilar de la segunda generación de creadores locales, que junto a figuras como Marcos Ramírez ERRE, César Hayashi, Alejandro Zacarías, Tania Candiani, Julio Orozco, Enrique Ciapara, Jaime Ruiz Otis, entre otros que, alentados por el magisterio de Álvaro Blancarte y el madrileño Luis Moret, han contribuido con su producción a la construcción de una identidad cultural que hoy puede constatarse por su visibilidad.
Es necesario reconocer el valor del proyecto, pero no bajo los términos de principiantes entusiasmados con sus logros técnicos e innovaciones, las que no dejaron de recordar y elogiar, desviando la atención que merecía el objetivo del documental. Ante la total ausencia de autocrítica, cabe recordarles que el formato vertical, del que tanto se jactaron como gran novedad, tiene un largo historial. El video vertical, o formato 9:16, surgió antes de 2010 con el uso de teléfonos móviles y se consolidó con Snapchat, Instagram Stories y TikTok desde 2017, estableciendo un lenguaje propio; hoy es un formato común y plenamente aceptado en producción profesional, publicidad y arte contemporáneo.
De igual manera, el recurso de la inteligencia artificial, que indudablemente puede ser una herramienta valiosa para corregir errores y optimizar procesos, fue mencionado con petulancia como parte de la edición. Sin embargo, dada la pobreza de los resultados, parece haberse empleado un modelo básico de OpenAI GPT desarrollado en 2018, en lugar de ChatGPT-4 —disponible y gratuito— que bien podría haber mejorado la edición al generar guion, organizar contenido, sugerir recursos creativos y automatizar tareas de revisión, optimizando así la coherencia narrativa y la eficiencia.
Resultó lamentable no encontrar en el video-documental ninguno de los aspectos más sobresalientes de la obra de un artista como Javier Galaviz, reconocido, querido y respetado por la comunidad. El documental no explica la importancia de su obra plástica, sólida y propositiva, construida en las entrañas de la figuración y consolidada en las antípodas de la abstracción, una vertiente que, junto a Hayashi, Ciapara y el propio Blancarte, exploraba cuando la mayoría seguíamos inmersos en la figuración tradicional.
Un artista que se da su tiempo para inmiscuirse en la fotografía, con la que registra a palmo su ciudad y personajes, pero sobre todo, y esa es una de sus grandes aportaciones, ignorada por completo en el video, la forma en que rompe con el encasillamiento técnico fotográfico. Al igual que José Lobo o Julio Orozco, propone una fotografía que trasciende lo convencional, intervienen en la imagen para construir nuevas narrativas, jugando con los tiempos expositivos, con la sobreexposición, el desenfoque y la descentralidad, transformando instantes capturados en historias distintas y ofreciendo una perspectiva sorprendente y renovadora. La serie extensa de los “Trashumantes” ejemplifica este enfoque creativo, pero en el documental apenas se mostró una imagen dispersa, sin explicar su relevancia ni el impacto de la serie dentro de su producción.
Eso era, al menos, lo que se esperaba de un video de esta naturaleza: exponer de manera clara y rigurosa las aportaciones de este autor fundamental de Tijuana. Sin embargo, lo presentado resultó insuficiente y disperso. Todo lo aquí señalado tal vez pueda servir como advertencia y guía para rehacer la experiencia, replanteándola con una mirada crítica y rigurosa, de modo que finalmente surja un video justo y sólido, capaz de reflejar con precisión la vida, la obra y el impacto de Javier Galaviz, en el Noroeste mexicano, en lugar de conformarse con una visión superficial y fragmentaria.
Tal vez el desencanto aquí descrito no sea del todo justo para el autor del documental, y no es mi intención menospreciarlo ni ofenderlo. Hizo, creo entender, lo que consideró pertinente, y su gesto merece reconocimiento. Sin embargo, sin una dosis de autocrítica, incluso las mejores intenciones pueden derivar en resultados adversos. Sin ánimo de ofrecer recomendaciones, espero que esta experiencia sirva para afinar los planes que el director y su grupo de producción tracen a futuro, los que, dada la energía y entusiasmo manifiestos en la presentación del documental, seguramente podrán llevar a buen término.
Al final, este proceso nos recuerda que el verdadero valor de cualquier esfuerzo reside en el sentido de las cosas: en la medida en que lo que hacemos se conecta con un propósito claro y con la intención de generar un impacto significativo. Cuando el protagonismo personal se impone sobre la intención, los esfuerzos se diluyen y las buenas ideas corren el riesgo de perder relevancia, convirtiéndose en gestos superficiales que no cumplen con el objetivo que originalmente se propuso.
Roberto Rosique
6 de septiembre, 2025
(Sala de espera del Aeropuerto Internacional de San Diego, CA)
Es aquí donde considero que el sentido de las cosas adquiere verdadero valor, en la medida en que se cumple la correspondencia esperada entre lo deseado y lo alcanzado; sin embargo, el problema surge cuando quien pretende ofrecer un halago termina convirtiéndose en el protagonista de sus propios objetivos, antes que cumplir con el reto prometido.
Quiero con estas palabras reconocer las buenas intenciones que motivaron la realización del video dedicado a la obra y vida de Francisco Javier Galaviz, con un título más que sugerente: “En la búsqueda del pincel encontré la fotografía”. La presentación tuvo lugar el viernes 5 de septiembre en la Sala Carlos Monsiváis del CECUT, ante más de una treintena de tijuanenses, amigos, conocidos y parientes del artista, convocados por un gesto que anticipaba la importancia del proyecto, y no era para menos, la premisa la avalaba un espacio que se ha distinguido por mostrar un cine crítico y propositivo.
El joven videasta sinaloense Hamlet Rubio, arraigado en la entidad, emprendió junto con su entusiasta equipo de trabajo la tarea de realizar, por iniciativa propia, un video sobre la vida y obra de Francisco Javier Galaviz; lo que es, sin duda, un gesto valioso e incuestionable que merece celebrarse. Desde el inicio de la presentación, el director transmitió un entusiasmo desbordante y asumió, sin decirlo, la certeza del éxito de su propuesta; confianza que se reconoce porque suele ser, casi siempre, motor de buenos propósitos. No obstante, los resultados de este ejercicio fílmico dejaron mucho que desear, quedando en un nivel muy elemental frente al reto de dar a conocer la vida, obra, desarrollo y proyección de Francisco Javier Galaviz, odontólogo, pintor, fotógrafo y entrañable amigo tijuanense.
Sin necesidad de entrar en pormenores, el video evidenció una grave desorganización estructural y un claro desconocimiento de lo que significa realizar un documental. Un proyecto de este tipo exige centrar el eje en la vida y obra del autor, a partir de una investigación rigurosa que permita exponer con claridad su evolución y aportaciones. Nada de ello estuvo presente. Lo que se ofreció fue un producto deficiente, como ausencia de datos esenciales, narrativa confusa y desordenada, omisión de datos fundamentales, imágenes descuidadas de las pocas obras mostradas, ausencia de fichas técnicas informativas, carencia absoluta de una visión crítica y objetiva de la producción visual del artista, además de entrevistadores sin preparación, incapaces de dialogar o formular preguntas relevantes. A todo esto se sumó la participación innecesaria de algunos invitados, que aportaron muy poco o nada al objetivo, que no corresponde discutir aquí. Aspectos básicos y determinantes que fueron ignorados, lo que restó importancia al proyecto convirtiéndolo en un ejercicio superficial, carente de seriedad y rigor.
A esto se suma la clara evidencia de la inexperiencia, reflejada en la selección de preguntas carentes de contenido y, en ocasiones, inconexas, así como en los cortes abruptos de las entrevistas, que interrumpieron incluso explicaciones sustanciales del autor. Resulta incomprensible, en este nivel de errores, la ausencia de voces de otros artistas, promotores culturales o incluso familiares cercanos, cuyas vidas y experiencias han estado estrechamente vinculadas a la del autor desde su juventud. Sus testimonios habrían aportado matices indispensables y enriquecido la comprensión de una trayectoria marcada por anécdotas valiosas, cuya omisión dejó un vacío evidente en un proyecto que, por su naturaleza, exigía mayor seriedad y profundidad.
Debo señalar que estas ausencias, así como las intervenciones desafortunadas de ciertos invitados, pudieron haberse corregido mediante una edición cuidadosa del material grabado, pero todo indica que ello no se consideró relevante. El resultado fue un cúmulo de banalidades que revela una mirada superficial y evasiva, muy distante de la perspectiva crítica y analítica que un proyecto de esta naturaleza exige.
La relevancia de reconocer la trayectoria de un artista local con un recorrido plástico-visual significativo es incuestionable; algo que se esperaba ver reflejado en un proyecto de esta índole, y que debería —sobre todo— ofrecer una memoria que no solo reafirme lo que ya sabemos, sino que también revele aquello que ignoramos; ahí radica lo imponderable de su valor informativo. Javier Galaviz merece ese reconocimiento, pues ha sido pilar de la segunda generación de creadores locales, que junto a figuras como Marcos Ramírez ERRE, César Hayashi, Alejandro Zacarías, Tania Candiani, Julio Orozco, Enrique Ciapara, Jaime Ruiz Otis, entre otros que, alentados por el magisterio de Álvaro Blancarte y el madrileño Luis Moret, han contribuido con su producción a la construcción de una identidad cultural que hoy puede constatarse por su visibilidad.
Es necesario reconocer el valor del proyecto, pero no bajo los términos de principiantes entusiasmados con sus logros técnicos e innovaciones, las que no dejaron de recordar y elogiar, desviando la atención que merecía el objetivo del documental. Ante la total ausencia de autocrítica, cabe recordarles que el formato vertical, del que tanto se jactaron como gran novedad, tiene un largo historial. El video vertical, o formato 9:16, surgió antes de 2010 con el uso de teléfonos móviles y se consolidó con Snapchat, Instagram Stories y TikTok desde 2017, estableciendo un lenguaje propio; hoy es un formato común y plenamente aceptado en producción profesional, publicidad y arte contemporáneo.
De igual manera, el recurso de la inteligencia artificial, que indudablemente puede ser una herramienta valiosa para corregir errores y optimizar procesos, fue mencionado con petulancia como parte de la edición. Sin embargo, dada la pobreza de los resultados, parece haberse empleado un modelo básico de OpenAI GPT desarrollado en 2018, en lugar de ChatGPT-4 —disponible y gratuito— que bien podría haber mejorado la edición al generar guion, organizar contenido, sugerir recursos creativos y automatizar tareas de revisión, optimizando así la coherencia narrativa y la eficiencia.
Resultó lamentable no encontrar en el video-documental ninguno de los aspectos más sobresalientes de la obra de un artista como Javier Galaviz, reconocido, querido y respetado por la comunidad. El documental no explica la importancia de su obra plástica, sólida y propositiva, construida en las entrañas de la figuración y consolidada en las antípodas de la abstracción, una vertiente que, junto a Hayashi, Ciapara y el propio Blancarte, exploraba cuando la mayoría seguíamos inmersos en la figuración tradicional.
Un artista que se da su tiempo para inmiscuirse en la fotografía, con la que registra a palmo su ciudad y personajes, pero sobre todo, y esa es una de sus grandes aportaciones, ignorada por completo en el video, la forma en que rompe con el encasillamiento técnico fotográfico. Al igual que José Lobo o Julio Orozco, propone una fotografía que trasciende lo convencional, intervienen en la imagen para construir nuevas narrativas, jugando con los tiempos expositivos, con la sobreexposición, el desenfoque y la descentralidad, transformando instantes capturados en historias distintas y ofreciendo una perspectiva sorprendente y renovadora. La serie extensa de los “Trashumantes” ejemplifica este enfoque creativo, pero en el documental apenas se mostró una imagen dispersa, sin explicar su relevancia ni el impacto de la serie dentro de su producción.
Eso era, al menos, lo que se esperaba de un video de esta naturaleza: exponer de manera clara y rigurosa las aportaciones de este autor fundamental de Tijuana. Sin embargo, lo presentado resultó insuficiente y disperso. Todo lo aquí señalado tal vez pueda servir como advertencia y guía para rehacer la experiencia, replanteándola con una mirada crítica y rigurosa, de modo que finalmente surja un video justo y sólido, capaz de reflejar con precisión la vida, la obra y el impacto de Javier Galaviz, en el Noroeste mexicano, en lugar de conformarse con una visión superficial y fragmentaria.
Tal vez el desencanto aquí descrito no sea del todo justo para el autor del documental, y no es mi intención menospreciarlo ni ofenderlo. Hizo, creo entender, lo que consideró pertinente, y su gesto merece reconocimiento. Sin embargo, sin una dosis de autocrítica, incluso las mejores intenciones pueden derivar en resultados adversos. Sin ánimo de ofrecer recomendaciones, espero que esta experiencia sirva para afinar los planes que el director y su grupo de producción tracen a futuro, los que, dada la energía y entusiasmo manifiestos en la presentación del documental, seguramente podrán llevar a buen término.
Al final, este proceso nos recuerda que el verdadero valor de cualquier esfuerzo reside en el sentido de las cosas: en la medida en que lo que hacemos se conecta con un propósito claro y con la intención de generar un impacto significativo. Cuando el protagonismo personal se impone sobre la intención, los esfuerzos se diluyen y las buenas ideas corren el riesgo de perder relevancia, convirtiéndose en gestos superficiales que no cumplen con el objetivo que originalmente se propuso.
Roberto Rosique
6 de septiembre, 2025
(Sala de espera del Aeropuerto Internacional de San Diego, CA)
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