Tuesday, January 26, 2010

DIALOGOYTOLERANCIA

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Una reflexión del Dialogo y la Tolerancia partiendo del libro Los valores en la educación de

Pedro Ortega Ruiz y Ramón Mínguez Vallejo

Por Roberto Rosique

En el libro Los valores de la educación de Ortega Ruiz y Mínguez Vallejos (2001) existen dos capítulos dedicados al diálogo y a la tolerancia, respectivamente, que si bien son analizados por separado, es indispensable aceptar que resultan elementos fundamentales e intrínsecos para lograr la convivencia; de ahí su preeminencia. (No obstante la desvalorización de los términos por el uso continuo y demagógico de políticos, gobernantes y jerarcas religiosos en sus declaratorias para justificar su parcialidad e incompetencia).

La historia de la humanidad está plagada de sucesos bélicos provocados por mil razones que no analizaremos aquí, pero que en términos muy simples fueron el resultado de la ausencia del diálogo. Ortega y Mínguez, con una serie de ejemplos de sucesos cruentos nos plantean justamente esa necesidad del diálogo, que permita desechar el monólogo y todas las formas de exclusivismos: culturales, religiosos, económicos, raciales, etcétera. Un diálogo que lleve al encuentro con el otro, con su persona y toda su realidad; en ese sentido el diálogo es humildad para aceptar al otro como yo sin cortapisas, de ahí lo indispensable del mismo.

En su intento por esclarecer el concepto los autores van más allá de la definición rígida del diccionario y procuran precisarlo desde parámetros más amplios e incluyentes: desde el reconocimiento de la igual legitimidad de los interlocutores y la voluntad de comprender y respetar las diferencias, como reconocimiento de la dignidad del otro, como depositario de confianza, reciprocidad y comunión; como mutuo reconocimiento y confianza reciproca; como reconocimiento del otro en su irrenunciable alteridad y diferencia (Duch, 1997); etcétera. Vemos como en su diversidad, el diálogo nos lleva al respeto, la comprensión e inevitablemente a la aceptación del otro sin condiciones.

Ortega y Mínguez en su procuraciٕٕón por fundamentar el diálogo, revisan diversos autores (Ortega y Gasset, Buber, Zubiri, Díaz, etc.) cuyo conjunto de reflexiones nos permiten redimensionar los alcances del diálogo más allá de ser el medio para la obtención de resultados de índole diversos. De ahí que los autores lo propongan como un valor en mismo, sin negar su carácter pragmático.

Aprender es una condición indispensable para evolucionar, no nacemos enseñados, escriben los autores, por lo tanto se tiene que aprender también a dialogar y para ello resultan necesarias algunas actitudes; Ortega y Mínguez enumeran algunas: la actitud de respeto, la búsqueda de la verdad, la no imposición de nuestra verdad, el reconocimiento de la igual dignidad del otro, etcétera. Al igual se requiere de ciertas habilidades, de éstas mencionan la capacidad de empatía y de autocontrol como elementos sustanciales en una comunicación dialógica.

Ortega y Mínguez cuando abordan el tema de diálogo y educación, afirman que no necesariamente educamos cundo transmitimos saberes, ni educamos cuando imponemos nuestro sistema particular de valores; educar, nos dicen aludiendo a Peters (1969), implica comprometerse en la utilización de procedimientos legitimados por la moral”. La relación educativa no es una relación de poder, de reconocimiento y afirmación del uno con el otro, de ahí entonces que la educación exija el diálogo. Es el humus nos dicen los autores, curiosamente ese humus que nos ponen como ejemplo de fértil, de nutriente, es el componente etimológico de la palabra humildad (del latín humilitas, abajarse; de humus: tierra) y es a la vez (la humildad) como anoté con anterioridad, sustancia, en tanto que condición ineludible del diálogo. No obstante, en una sociedad plural o democrática como la nuestra, donde las acciones intolerantes, antisociales, discriminatorias, etcétera, etcétera, las encontramos a la par del día; la guía, el cuidado y el acompañamiento, a través del diálogo, insisten los autores, se hacen imprescindibles.

El humano es un ser en evolución constante. Su desarrollo no sólo es cronológico, sino que evoluciona en pensamiento, capacidad de conocer, de aprender, de sentir, de expresarse, de comunicarse y de adaptar su entorno a sus necesidades inmediatas; es por tanto un ser que vive permanentemente en un proceso de cambio. Es un ser social que no puede por tanto vivir aislado de los demás, que requiere de la comunicación, del diálogo, para un desarrollo armónico y compartido. La tolerancia es otro componente insustituible para que este desarrollo se dé y sea, a la vez, una norma de la convivencia. Confirmamos entonces, que ésta es, como bien dicen los autores, una demanda social.

La historia registra conflictos y enfrentamientos provocados por convicciones encontradas sobre lo que es bueno y verdadero escriben Ortega y Mínguez en el capítulo dedicado a la Tolerancia, a pesar de los avances tecnológicos y científicos no ha sido posible hacer de ésta un modelo de la coexistencia; de ahí entonces que la educación para la tolerancia constituya una de las exigencias de la actual realidad social.

Si aceptamos la tolerancia como un valor tal, tendremos por tanto que aprenderla, lo que exige crear condiciones para que se dé dicho aprendizaje. Estrategias, afirman los autores, que respondan a los hechos diferenciales ideológicos-culturales e incorporen, además, los elementos comunes que configuren nuestra sociedad.

El concepto de tolerancia como tal nacido de las entrañas de la Reforma, según los autores; no podemos dejar en el tintero que es un valor aprendido desde los orígenes más remotos del hombre, creencia que ha contribuido a la evolución del mismo. La constante necesidad de entendernos nos lleva a clarificar los conceptos y a ampliarlos en un afán de su justificación; esto ha sucedido con el concepto de tolerancia, del cual Ortega y Mínguez nos ofrecen una larga lista de interpretaciones a partir su sentido político, religioso, filosófico-científico y social y desde la óptica de autores diversos como: Ibañez-Martín, Rokeach, Panikkar y sus propias interpretaciones, quienes han ampliado el rígido concepto del diccionario y nos muestran un amplio abanico que expresa más que (únicamente) respetar las ideas, creencia o prácticas de los otros. En esa pretensión la tolerancia significa, para ellos, respetar y defender el derecho a la libre expresión, el respeto a los valores humanos, la aceptación y acogida sin concesión gratuita de otro diferente, con sus creencias, cultura o prácticas.

En el apartado 3. Las raíces de la tolerancia, los autores nos explican que acercarse a las bases de la tolerancia es descubrir la dimensión moral en nuestras relaciones con los demás y al igual que en el apartado anterior, revisan una serie de reflexiones en las que el hombre o el filosofo (Ortega y Gasset, Kant, Levinas, Habermas, Steiner, etc.) ha intentado responderse los alcances de la tolerancia; paradójicamente y a pesar de ello, los actos brutales que estigmatizan la historia dan cuenta de nuestra intolerancia. Cabría entonces aquí decir, que no son suficientes las reflexiones, los logros por ampliar sus márgenes de entendimiento, si estos no se ponen a la práctica, si con hechos no demostramos que realmente la entendemos, la comprendemos y ambicionamos.

En cuanto a los límites de la tolerancia, Ortega y Mínguez coinciden con otros autores (Popper, S. Mill, Camps) en que los límites deben estar en los derechos humanos, en el incumplimiento o abuso que lesionen a éstos e impidan el ejercicio de la libertad de manifestar nuestras propias ideas, creencias y modos de vida. De igual manera nos dicen que no se puede tolerar aquellas ideas y formas de vida que degradan la condición humana, curiosamente una lógica que no siempre se aplica.

La tolerancia, al igual que el diálogo, no podemos concebirlos separados de la educación, más en estos tiempos (lo que no significa que no fuese necesario también en el pasado) en que los progresos técnicos y científicos no han sido suficientes para soterrar el odio, el rechazo a las diferencias culturales, religiosas, étnicas, políticas, etcétera. La condición misma de aceptar la tolerancia como un valor que debemos aprender y el reconocer que nuestras vidas se encuentran envueltas en conflictos, hacen de la educación para la tolerancia un rubro indispensable en la formación del individuo. Por tanto la acción educativa debe recaer en la aceptación y acogida del otro diferente; únicamente así, entenderíamos la educación en la tolerancia. No afirman los autores desde una comprensión intelectual de las diferencias sino como un hacerse cargo del otro diferente. Acciones que deberán rebasar el discurso para que con el ejemplo concreto se apuntale el valor. Escámez (1995) citado en el libro por Ortega y Mínguez, propone acciones que podrían tomarse en consideración para la estructuración de un programa de educación para la tolerancia (1.Promoción de un pensamiento acrítico, 2. Promoción de un clima democrático en la escuela. 3. Promoción de un diálogo. 4. Promoción del conocimiento sobre lo que tenemos en común con cualesquiera otras personas. 5. Promoción del compromiso y la cooperación con los demás y 6. Promoción de comportamientos tolerantes). Acciones todas que conllevan el respeto y la aceptación de las diferencias del otro sin condiciones, que requieren de la empatía, la comunicación y sobre todo del convencimiento de su importancia y de la necesidad de ella (la tolerancia).

Estos dos capítulos en que los autores analizan el diálogo y la tolerancia en un contexto general, pero sobre todo desde su importancia por incluirlos dentro de la educación en valores y la forma en cómo lo justifican; nos brindan la oportunidad de comprenderlos y apreciarlos por los alcances posibles que implica el transmitirlos y transformarlos en hechos reales, más aún si lo vemos como un camino indefectible para la convivencia y que si bien ésta podemos verla como un insumo social que se adquiere, se transforma o modifica dependiendo del contexto en el cual se interactúa, es un requisito indispensable para que la sociedad pueda existir y sus integrantes puedan interactuar en armonía y tranquilidad.

Referencias:

_ Duch, Luis (1997). La educación y la crisis de la modernidad, Barcelona, Paidós

_ Escámez, J. (1995). Los valores en la pedagogía de la intervención, en AA: VV. Tecnología educativa (Barcelona, Ceac).

_ Peters, R. S. (1969) El concepto de educación. Paidós, Buenos Aires.

_Ortega Ruiz, P y Mínguez Vallejos, R. (2001) Los valores en la educación, Ariel Educación. Barcelona.


Friday, January 22, 2010

FIN

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Mi vida se desquebrajó en Enero 19,
el polvo que de ella quedó
se lo llevó la chingada

A PROPOSITO DE LA VIOLENCIA DE GENEROS


FREEDOM
mixta sobre papel ,políptico.

La violencia hacia bisexuales, lesbianas y homosexuales en la Ciudad de México, un estudio que nos brinda un acercamiento confiable a la realidad.

Por Roberto Rosique

Los autores Luis Ortiz Hernández y José Arturo Granados Cosme, profesionales relacionados con la salud e investigadores, particularmente adentrados en la Medicina Social, realizan este estudio en la Ciudad de México, cuyo enfoque principal fue la violencia que sufren los bisexuales, lesbianas y homosexuales (BLH), la cual consideran puede ser producto del sistema de géneros. Para justificar la hipótesis realizan una encuesta a 506 BLH radicados en la ciudad antes citada.

Parten del convencimiento que la opresión limita la satisfacción de las necesidades básicas en tanto que pueden deteriorar la salud física y restringir la participación del sujeto en la vida social y una de estas formas de opresión ─señalan─ deriva del sistema de géneros; de ahí la relevancia de su estudio, sobre todo si anteponemos que existen escasas organizaciones que atiendan los problemas específicos de BLH, así como la falta de reconocimiento institucional y jurídico del gobierno a los arreglos familiares entre individuos del mismo sexo. El estudio en síntesis, realizado en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco se centra en la frecuencia de violencia que han sufrido los BLH estudiados y su relación con el sistema de géneros.

Para entender la violencia hacia esta población en particular y corroborar su origen en el sistema de géneros, así como concebir la lógica de este sistema, inician el estudio haciendo una diferenciación entre sexo, como una característica biológica innata (cromosómico, genético, hormonal y genital) que distingue al macho de la hembra (o hermafroditas, en los casos en que el organismo posea rasgos de ambos sexos) y el género, como el significado cultural que las sociedades atribuyen a los rasgos biológicos vinculados con el sexo, que es variable entre sociedades y modificable con el tiempo. Distinguen en éstos, dos géneros básicos: masculino y femenino o los andróginos, cuya mezcla de características de ambos géneros resulta difícil de ubicarlos en alguna de estas categorías. Se entiende por tanto, que el género no se refiere simplemente a las mujeres o los hombres, sino a la forma en que sus cualidades, conductas e identidades se encuentran determinadas por el proceso de socialización.

El sistema de géneros, entendido según el glosario de términos relativos a la igualdad entre mujeres y hombres propuestos por la Comisión Europea (1998), son un conjunto de estructuras socioeconómicas y políticas que mantiene y perpetúa los roles tradicionales masculino y femenino, así como lo clásicamente atribuido a hombres y a mujeres. De este sistema, los autores derivan tres ideologías dominantes que sustentan la opresión de los BLH: Los estereotipos de género, al androcentrismo y el heterosexismo. Ideologías que al ser retadas por estos grupos, los enfrentan a sanciones y exclusión social.

Los estereotipos de géneros que de acuerdo a Bourdieu (2000), citado por los autores, dictan maneras determinadas del vestido, usos del cuerpo, ademanes, posturas y porte; dejan claro que el macho debe ser masculino y la hembra femenina. Estereotipos, escriben Ortiz y Granados, que demarcan una relación asimétrica en la que lo masculino es superior a lo femenino y reglamentan los usos del cuerpo y delimitan la orientación sexual. Esto hace que el sistema de géneros conciba ─nos dicen─ a la heterosexualidad como la única expresión erótica-afectiva valida (por la supuesta complementariedad entre los sexos, cuyo objetivo principal es la reproducción de la especie). Cualquier expresión erótica opuesta, es contra-natura, dictan los dogmas religiosos y el grueso de la población lo acepta sin objetar, aunque no lo cumpla, en tanto que para el gobierno inmerso en su incompetencia y corrupción esta situación pasa desapercibida. Para los autores, por consiguiente, los estereotipos son en gran parte el origen del heterosexismo.

Esta condición heterosexista que establece como anormal toda relación entre parejas del mismo sexo, al igual que el androcentrismo que considera al hombre como el centro del universo, como la medida de todas las cosas, como el único observador válido de cuanto sucede en el mundo y conlleva la invisibilidad de las mujeres y la ocultación de las aportaciones realizadas por éstas, serán protagonistas centrales para el rechazo social de los BLH; visto así, la violencia generada en torno a ellos, será entendida como un modo de sanción social ya que trasgreden los valores dominantes del sistema de géneros. De ahí que Ortiz y Granados consideran que la violencia se distribuya de manera diferencial entre homosexuales y lesbianas, de igual manera entre las personas que quebrantan los estereotipos de géneros y las que no lo hacen.

Para Ortiz y Granados, los BLH transgreden los sistemas de géneros desde su identidad sexual u orientación sexual, desde su identidad sexual y su rol de género es decir, la manera en que los individuos actúan de acuerdo con los estereotipos y porque practican relaciones que no implican un fin reproductivo. Estas formas de transgresión serán penalizadas de manera distinta entre los sexos. Más sancionadas por los varones y en los varones homosexuales que por las mujeres y en las lesbianas; sentencia que será confirmada en el estudio realizado.

Considerando que la orientación sexual está estigmatizada, dificulta que los reportes en cuanto a ésta orientación sean veraces, por lo que el estudio lo llevaron a cabo (por recomendación de experiencias de otros autores: Hereck y Berril, 1992; Martin y Dean, 1990) seleccionando a individuos con características heterogéneas. Recurrieron para ello a grupos de activismo político y de socialización, organizaciones religiosas, una clínica de VIH/sida, un café, un centro de atención psicológica y una escuela de artes de nivel bachillerato. Los autores consideran la probabilidad que estas muestras elegidas por conveniencia estén sobre-representadas y que por tanto, los resultados no puedan aplicarse a la población en general, por lo que las deducciones del estudio proporcionan una aproximación a la situación. No obstante, las variables aplicadas en los cuestionarios de las distintas formas de violencia, éstas son inmediatamente reconocibles por cualquier persona (independiente de su inclinación sexual) ya que fueron observadas recurrentemente durante el paso por las escuelas públicas y privadas de formación básica, media y superior de nuestro país, porque eran los tipos de violencia más común hacia todo aquel que actuara o incluso, simplemente tuviese la apariencia o modales de homosexual o lesbiana. Si bien esta es una observación poco ortodoxa, un estudio sobre este escenario de rechazo seguramente la confirmaría.

Los autores detallan la metodología empleada para el estudio: Mediante un cuestionario de autoaplicación indagaron las variables de interés (enlistan 14 formas de violencia clasificadas en seis grupos), investigada ésta de tres maneras: 1) Violencias recibida de los 6 a 11 años y de los 12 a 17 años por transgredir los estereotipos de géneros, 2) Violencia recibida en el último año debido a la orientación sexual y 3) Violencia recibida por orientación sexual después de cumplir 18 años de edad.

En términos generales, con los resultados del estudio los autores demostraron que la violencia verbal, en la niñez como en la adultez, fue el modo de agresión más frecuente, tanto por transgredir los estereotipos de géneros como por la orientación sexual; de ésta, los varones fueron los más afectados. De igual forma, tanto la violencia física como sexual presentaron ese predominio. De manera muy amplia el análisis del estudio revela que las raíces de la violencia contra los BLH se encuentran en el sistema de géneros.

De ello González Pages (2005), en un dialogo con Judith Astelarra, tocante a las polémicas sobre género y ciencias sociales, precisa:

Hay una tendencia a suponer que, dado que los roles sexuales existen en todas las sociedades y que siempre existen diferencias, cualquier actividad importante o cualquier rasgo de identidad está diferenciado sobre la base del sexo. Sin embargo, esto no siempre es así; hay muchas cosas que ambos sexos comparten. Pero, en la medida en que lo que se busca son las diferencias, no se investiga con igual interés las semejanzas y la relación que existe entre éstas y las diferencias que son injustas y que deben ser superadas. Para decidir esto, es importante conocer mejor las semejanzas, para saber en qué medida las diferencias son impuestas o elegidas. La carencia de una teoría de las semejanzas y no sólo de las diferencias de género impide, en términos políticos, tener una propuesta clara sobre cuáles son las diferencias injustas y cuáles no.

De ahí lo relevante de la consciencia y los cambios, del conocimiento de los prejuicios contra la transgresión de los estereotipos de géneros; consecuentemente, como bien plantean Ortiz y Granados, que un requisito para eliminar la opresión de los BLH es la supresión misma del sistema de géneros.

El estudio realizado por Ortiz y Granados pone en claro, aún con las posibles limitantes de haber sido efectuado en una población elegida por conveniencia, que las transgresiones a los sistemas de géneros conllevarán sanciones diversas y exclusión social; habrá entonces la necesidad de entender los orígenes para clarificar conceptos y esclarecer dudas, para eliminar los prejuicios entorno a la sexualidad y lograr la posibilidad de ─como dicen los autores─ desarticular el vinculo sexo-género-sexualidad, sin duda algo que haría trascender la noción del simple respeto a la diversidad sexual; lo que a la vez, nos permitiría atisbar un futuro holístico que ofrezca equidad como una base sólida para alcanzar el bienestar y la armonía social.

Referencias:

_ Bourdieu, Pierre (2000). La dominación masculina. Madrid. Ed. Anagrama

_ González Pages, J. C. (2005). Debates de Género. El sistema de género, nuevos conceptos y metodología. Diálogo con Judith Astelarra. Consultado en la Red el 16 de enero de 2010, desde:

http://www.cubaliteraria.cu/delacuba/ficha.php?Id=1774

_ Herek, G. y Berril, K. (1992). Documenting the victimization of Lesbians and gays Men; Methodological Issues. En Hate Crimes. Confronting Violence against Lesbians and Gays Men. Newbury Park: Sage Publications. pp.210-288.

_ Martin, J. y Dean, L. (1990) Developing a Community Sample of Gay Men for an Epidemilogic Study of ASIDS. American Behavioral Scientist. 33 Núm. pp. 546-5615.

_ Ortiz Hernández, L. y Granados Cosme, J. A. (2003). Violencia hacia bisexuales, lesbianas y homosexuales en la Ciudad de México. Revista Mexicana de Sociología, Año 65. Núm. 2. Abril-Junio.

_ 100 palabras para la igualdad. Glosario de Términos relativo la igualdad entre mujeres y hombres, Comisión Europea, Dirección General de Empleo, Relaciones Laborales y Asuntos Sociales (1998). Consultado en la red el 14 de enero de 2010, desde:

http://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:bLRpsRLHHLYJ:www.confemadera.es/1004/section.aspx/download/151+Glosario+de+t%C3%A9rminos+relativos+a+la+igualdad+entre+mujeres+y+hombres.+Comisi%C3%B3n+Europea&hl=es&gl=es&sig=AHIEtbSsxTesF6PvP7yl0b3OPS-Do9B3sA.


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