Wednesday, January 11, 2017

Jacop Jordaens, (1642), oil/canvas, 1200x800cm Diógenes de Sinope, el cínico, buscando un hombre justo.

EL COLMO DEL CINISMO ES NO PERCATARSE QUE PADECEMOS DE EL

Retrato de un cínico:
Es un hombre que maldice y tiene una reputación deplorable. Es sucio, bebe y nunca está en ayunas. Cuando puede hacerlo, estafa y golpea a quienes descubren el engaño antes de que puedan denunciarlo. Ninguna actividad le repugna: será patrón de una taberna y, si es necesario, encargado de un burdel, pregonero e incluso, si se quiere, recaudador de impuestos. Ladrón, habituado a las comisarías y a los guardias civiles, a menudo se lo encuentran locuaz, en la plaza pública, a menos que se convierta en abogado de todas las causas, aunque sean las más indefendibles. Prestamista con fianza, tiene además la soberbia de un famoso y no cuesta mucho imaginarlo. Para completar el cuadro, no olvidemos que el cínico deja, sin sentir vergüenza, que su madre se muera de hambre…
Teofrasto ( Ereso 371a.–287aC)1 a.C)

El cinismo de hoy en día y siempre, presente en todos los niveles de la sociedad, perfectamente ejemplificado por el presidente Peña Nieto, que se extiende hasta el último gobernador, alcaldes, magistrados, senadores, diputados y toda la torva inútil de integrantes de los partidos políticos anclados en el servilismo, con su actuar insano han sobrepasado el impudor, y el abuso desmedido de poder los ha vuelto intocables y desvergonzados. Han mal vendido las riquezas del subsuelo patrio, han dilapidado todo lo posible y lo que sobra lo atesoran en sus abultadas cuentas bancarias en el extranjero y al cierre de su administración, escapan y se esconden de una justicia que nunca llegará. Han empobrecido al País, han hecho más miserable la vida de los que gobiernan y han rebasado la prudencia; pero no ha pasado nada. Confían descaradamente en la desmemoria de un pueblo conformista, futbolero y burlón, pero políticamente estéril; confían también en la indiferencia por lo que le suceda a otro y asumen el importamadrismo por lo que le ocurra a la Nación.
El furor de inconformidades, que este accionar ha desatado, quedarán como simples arrebatos festivos colmados de una indignación populachera, y las fechorías de este gobierno mezquino permanecerán en el olvido; serán sancionados unos cuantos alebrestados (culpables e inculpados) como escarmiento y el resto de los mortales nos haremos de la vista gorda, nos reacomodaremos en el mullido sillón de la indiferencia y asumiremos la carestía como una condición natural. Nos refugiaremos en el Facebook para despotricar, seguros de que actuamos sin disimulos y develamos la verdad, creeremos haber cumplido y nos sentiremos justicieros y chingones. Elevaremos plegarias al Señor para que perdone a los corruptos sinvergüenzas y permita así, redimir nuestras culpas y aunque apelaremos a nuestra consciencia por la noche, entre pequeños remordimientos y justificaciones dormiremos tranquilos pues mañana será otro día.
Sin embargo, deberíamos preguntar ¿Hasta dónde la inmoralidad del sistema se ha trasminado a nuestras vidas anodinas? O ¿Hasta dónde nuestras vías anodinas son las culpables de un sistema inmoral? Aun cuando nos damos cuenta de la realidad, sin disimulo la ignoramos. Vemos sin remordimiento como la indiferencia se ha empoderado de nosotros y a manera de indolente coraza cubre nuestro mundillo circunspecto. Dejamos hace tiempo de creer en la sinceridad y en la bondad humana; somos inclementes con nuestro prójimo, racistas e injustos; no nos interesan en lo mínimo sus motivaciones ni sus acciones, que haga lo que le dé la gana, con tal que no nos afecte, y nos burlamos, no pocas veces con descaro, de su fealdad, de su gordura, de su condición menor, de su ignorancia, de su pobreza. Somos mentirosos y corruptos, amorosos y tiernos en la misma medida. Tiramos la piedra y escondemos la mano; vemos la paja en ojo ajeno y no miramos la viga que cubre el nuestro. Alabamos y lustramos botines sin que esto sea motivo de culpa, y eufemísticamente nos sentimos justos e impolutos cuando realmente detrás de esa careta el cinismo es condición imperante y para colmo “parece” que no nos percatamos.
Hagamos un acto de justicia en nuestras vidas y sin que esto se vuelva un harakiri tiremos del antifaz para mostrar la cara tal cual somos y actuemos en consecuencia por el bien común, y ya con la desfachatez a un lado, delatemos al corrupto y mandemos a chingar a su madre al sinvergüenza.
Para todo aquel que le venga el saco y también para el que no quiere que le venga, desde la nada circunspecta Tijuana, una fría y lluviosa mañana de enero del año nuevo (2017).
Roberto Rosique