EL MEXICO DE AYER QUE AUN ADEREZA AL MEXICO DE HOY
Apropósito de unas palabras que crucé con Isaac Artenstein
(las replico edulcoradas con otros matices)
Las percepciones de un México real (no folclorizado)
en su riqueza nativa tanto la de Manuel Álvarez Bravo como la de Juan Rulfo las
unen muchas similitudes, los dos desde la imagen la capturan con entera
claridad; Rulfo -además- las describe, desde su imaginario con precisión quirúrgica
en sus textos; ambos reflejan a ese México posrevolucionario que guardaba
fuertes reminiscencias del porfiriato y asomaba luces de la modernidad urgida
de nacionalismo, un sector citadino anhelando a Francia y otro rural marginado
y empobrecido, y que a diferencia del “cine de oro” de esa época que abordó
estos temas, solían (con frecuencia) mostrárnoslos desbordados de pasiones,
miedos y traiciones con personajes disfrazados de mariachis y grandes sobreros,
cabalgando con pistolas al cincho, gritando alcoholizados y con orgullo su
machismo, y la contraparte sumisa, abnegada siempre acicalada para gustar al señor,
acompañada de una servidumbre incondicional y un peón subsumido en la miseria
pero dignos y conformes con lo que Dios les daba y el patrón bondadoso o
miserable proveía.
Imágenes que mostraron al mundo un México folclorizado,
pobre, dividido y hundido en el conformismo, y si bien no todo era cierto, sí
fue posible que ese estigma visual perdurara hasta nuestros días, a los que por
supuesto se han agregado otros más perversos no por ello menos reales.
En estos avatares se fue conformando nuestra idiosincrasia,
la que nos identifica hoy y nos enorgullece como mexicanos, que sigue ahí, atada
a viejas costumbres insuperadas por el progreso “relativo”, el Internet y sus
redes sociales; esos hábitos añejos que calaron hondo y hoy siguen siendo parte
de nuestro tuétano, de nuestra mirada conforme; pese a ello, hay quienes creen todavía
en la necesidad de sacarnos esa espina y superar nuestra posición obediente la que
como norma llevamos atada a nuestro actuar; un canon invisible, cómodo, que
remarca nuestra condición de Otro, que hace que, “sin darnos cuenta”, siempre respondamos
con la cabeza inclinada o la mirada al cielo: “a sus órdenes”, “gracias
a Dios”, “Dios nos ampare”, “sí señor”, “Adiós”, “como Usted ordene”, entre un
largo listado más de urbanizadas respuestas de acatamiento.
Hay, aunque muchos no quisiéramos aceptarlo, todavía
un largo trecho por recorrer para encontrar la verdadera esencia de lo que
somos y queremos.
Roberto Rosique
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