Saturday, August 06, 2022


EL MEXICO DE AYER QUE AUN ADEREZA AL MEXICO DE HOY

Apropósito de unas palabras que crucé con Isaac Artenstein

(las replico edulcoradas con otros matices)

Las percepciones de un México real (no folclorizado) en su riqueza nativa tanto la de Manuel Álvarez Bravo como la de Juan Rulfo las unen muchas similitudes, los dos desde la imagen la capturan con entera claridad; Rulfo -además- las describe, desde su imaginario con precisión quirúrgica en sus textos; ambos reflejan a ese México posrevolucionario que guardaba fuertes reminiscencias del porfiriato y asomaba luces de la modernidad urgida de nacionalismo, un sector citadino anhelando a Francia y otro rural marginado y empobrecido, y que a diferencia del “cine de oro” de esa época que abordó estos temas, solían (con frecuencia) mostrárnoslos desbordados de pasiones, miedos y traiciones con personajes disfrazados de mariachis y grandes sobreros, cabalgando con pistolas al cincho, gritando alcoholizados y con orgullo su machismo, y la contraparte sumisa, abnegada siempre acicalada para gustar al señor, acompañada de una servidumbre incondicional y un peón subsumido en la miseria pero dignos y conformes con lo que Dios les daba y el patrón bondadoso o miserable proveía.

Imágenes que mostraron al mundo un México folclorizado, pobre, dividido y hundido en el conformismo, y si bien no todo era cierto, sí fue posible que ese estigma visual perdurara hasta nuestros días, a los que por supuesto se han agregado otros más perversos no por ello menos reales.

En estos avatares se fue conformando nuestra idiosincrasia, la que nos identifica hoy y nos enorgullece como mexicanos, que sigue ahí, atada a viejas costumbres insuperadas por el progreso “relativo”, el Internet y sus redes sociales; esos hábitos añejos que calaron hondo y hoy siguen siendo parte de nuestro tuétano, de nuestra mirada conforme; pese a ello, hay quienes creen todavía en la necesidad de sacarnos esa espina y superar nuestra posición obediente la que como norma llevamos atada a nuestro actuar; un canon invisible, cómodo, que remarca nuestra condición de Otro, que hace que, “sin darnos cuenta”, siempre respondamos con la cabeza inclinada o la mirada al cielo: “a sus órdenes”, “gracias a Dios”, “Dios nos ampare”, “sí señor”, “Adiós”, “como Usted ordene”, entre un largo listado más de urbanizadas respuestas de acatamiento.

Hay, aunque muchos no quisiéramos aceptarlo, todavía un largo trecho por recorrer para encontrar la verdadera esencia de lo que somos y queremos.

Roberto Rosique


 

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