Marta Palau
(Un contrafuerte inestimable en las artes)
Por
Roberto Rosique
La historia la conforman las personas y sus actos, la del arte bajacaliforniano, en su caso, forjada particularmente con el accionar de sus artistas será registrada de manera parcial por sus narradores. Estos ponen nombre a los hechos y a sus actores y la lista donde todos participan se hace interminable; sin embargo, habrán representantes cuyos recuerdos perduren más que otros y el inventario dilatado inicial, se irá reduciendo en la medida del compromiso que el artista asumió en su producción y con su comunidad; de ahí que trasciendan en el tiempo aquellos que con su entereza recorrieron o aún recorren el camino con firmeza y responsabilidad y son, a fin de cuenta, quienes fortalecen y hacen memorable la historia.
Que para el caso lo ejemplificaría con la figura solidaria de la artista Marta Palau, (Albesa, Lérida, España,1934), quien desde 1940, vive en México y gran parte de ese tiempo en Tijuana, su ciudad, como ella siempre lo enfatiza. Con una formación artística consistente[1], una vocación irrefutable y una producción sin precedentes, lo que la convierten en la protagonista de una carrera célebre colmada de merecidos reconocimientos nacionales e internacionales; que rubrican su carrera con el máximo galardón que se le otorga en México a un creador: el Premio Nacional de las Artes, 2010[2].
Un reconocimiento que, si bien en su momento pasó desapercibido por las autoridades educativas, culturales y el gobierno local, sin que se le dedicara, por lo menos, una nota
periodística; hoy aprovecho la ocasión (me atrevo a decir que a nombre de la
comunidad artística) para resarcir esa torpeza y reconocer la importancia para
la colectividad regional (y nacional, por supuesto) de tal logro. Un premio valioso
que (como la cereza en el pastel) corona al modesto esfuerzo de la comunidad
creativa, contribuye a reafirmar nuestro estatus cultural y a recordar que hace
mucho quedó atrás aquel señalamiento sectario vasconcelista de ser paramos sin
cultura.
La versatilidad de su actividad artística le ha permitido transitar por la pintura, la gráfica, la cerámica, la escultura, el tapiz, la ambientación, la instalación, se ha
detenido en cada uno de esos momentos, en donde después de analizar su contexto,
replantear el sustrato de estos recursos expresivos, expande sus posibilidades y
deja huellas del reconocimiento a la dignidad de nuestros ancestros, así como manifiesta
la inconformidad por nuestra irresponsabilidad para con ellos.
Siempre mantuvo la mirada creativa a la altura de cualquiera, no declinó ante las imposiciones hegemónicas del arte, utilizó de ese universo lo que consideró pertinente
resignificándolo hasta encontrarles su propio sentido.
Así, mientras Eva Hesse, a mediado de los sesenta producía en las antípodas de la forma y en la libertad o excentricidad de los materiales y Robert Morris, una década después se
regodeaba con sus fieltros dismórficos; Marta Palau, también por esas fechas,
redimensionaba el tapiz excluyéndolo de la función de abrigar muros o terminar
convertidos en objetos suntuosos de decoración, con sus piezas disformes lo
expandía hasta el ámbito de la escultura; situándose también en el vértice de
los cambios que iniciaban la ruta hacia la desobjetualización del arte.
Igual podría decirse, que mientas los povera italianos trabajaron en contacto directo con materiales carentes de significación cultural, y ello suponía una importante reflexión estética sobre las relaciones entre el material, la obra y su proceso,
al igual que un rechazo hacia la creciente mecanización del mundo; Marta Palau, ha empleado también materiales pobres,[3] pero más que las posibilidades estéticas y discursivas que le proveen, ha sido su esencia enormemente rica como componentes de la naturaleza cultural que representan, y que a diferencia de los artistas mediterráneos, les restituía su trascendencia cultural, y sin recriminar la industrialización del orbe, reconformaba el universo de las ancestrales culturas indias americanas, al tiempo que ha visibilizado su abandono. Así, devolviéndoles sus valores atávicos, recrea sus universos y temporiza una nueva cosmogonía que ensambla perfectamente en los avatares contemporáneos.
Es difícil ignorar el pasado rupestre del nativo californiano en las creaciones polifónicas de Marta Palau, hay en ellas un esfuerzo por recuperar la memoria de un tiempo transitado, pero también ─y ahí su grandeza─, como dice Angélica Abelleyra (2001)[4] por recuperarlas del olvido.
Vivir en una de las zonas más complejas del mundo, estigmatizada por la violencia tantas veces volcada sobre estos desplazamientos humanos, que anhelan dejar atrás la pobreza atávica y se aventuran hacia un país idílico cargando a cuestas únicamente la esperanza;
vuelve inadmisible la indiferencia hacia estos actos. Los trabajos de Marta
Palau, sopesan las intransigencias de una sociedad indolente hacia las
trasgresiones del migrante, a la vez que universaliza lo local y da voces a
todo aquel que padece estas circunstancias.
En ese sentido, no es posible también ignorar el muro que como una gran cicatriz se extiende a lo largo de la frontera del Norte mexicano, Marta Palau refrenda su compromiso social con las preocupaciones de vivir frente a un muro ignominioso[5],
icono lamentable de las magnas desigualdades del Primer y Tercer Mundo,
aludiendo esta realidad en su obra.
Generadora de proyectos de trascendencias internacionales como Salón Michoacano Internacional del Textil en Miniatura en 1985, el Salón Internacional de Estandartes en 1996, ahora transformado en Bienal Internacional; la muestra Cinco Continentes y Una
Ciudad en 1998 que, junto a las numerosas conferencias y talleres
impartidos, la convierten en una promotora cultural valiosa y difícil de
sustituir.
Marta Palau ha sido, es y será, una creadora indispensable para Baja California, no sólo por su generosidad en la promotoría y la gestión cultural al develar la región y al situar
a sus autores en el panorama cultural latinoamericano; por haber sido un
referente sólido que aun incentiva a las nuevas generaciones a salirse de los
cartabones instituidos en el arte, y por su producción excepcional, que ha
mostrado al mundo esa otra cara oculta (pasado y presente) de esta frontera
singular.
La deuda imperecedera que el arte y sus autores de esta frontera tenemos con la artista, resulta tremendamente difícil de saldar; sin embargo, trataremos de subsanarla, honrando tu compromiso colaborativo, emulando el espíritu de tu transitar creativo,
buscando ser artistas más responsables con nuestra realidad incierta y, ante
todo, ser más solidarios y mejores individuos.
[1] (1955-1965) La Esmeralda-INBA México, D.F. San Diego
State University, San Diego, CA. Taller grabado con Guillermo Silva
Santamaría en La Ciudadela, Taller Grau Garriga,
Barcelona, España.
[2] Única (hasta la fecha) artista
bajacaliforniana que obtiene tal reconocimiento, que como triste corolario paso
desapercibido en nuestra localidad y sin que ninguna autoridad o institución
cultural dedicara una nota periodística de la importancia de tal distinción.
[3] Fibras
vegetales de índole diversas, palos, hojas secas y caparazones, tierras y
barro, listones y estambres de colores, entre otros más.
tierra y los mitos, Palau no podía desligarse de las etnias que todavía pueblan
Baja California, […] En los parajes del norte conoce a los Cochimís, a los
Cucapá, a los Kiliwas, a los Pai-pai y a los Kumiai. De algunos ha retomado la
forma de sus manos para vestir un mural, de otros su sapiencia para tejer la
palmilla o moldear el barro, de unos más graba sus canciones en lengua original
o conoce sus oficios de caza y recolección más no de cultivo de la tierra
porque para ellos ésta es sagrada y no debe ser horadada. (Angélica Abelleyra,
2001).
quedan-muro transitable. Museo de las Californias, Cecut, Tijuana, B. C.,
México, 2001; Doble muro,
Instalación, Sala Arte Público Siqueiros, SAPS -El Cubo, Ciudad de México, 2006; Front-era, Colección Museum of Contemporary Art San
Diego, MCASD, La Jolla, Ca., 2004.
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