Miguel Nájera:
Un pintor sin concesiones que desafió el vacío
La vida siempre nos recuerda que todo tiene
un costo y que, tarde o temprano, llega el momento de saldar cuentas sin dejar
pendientes. Los ciclos se cierran, a veces de manera silenciosa y sin mayor
repercusión. Pero hay partidas que pesan distinto: las de quienes se
enfrentaron a la vida sin concesiones, quienes avanzaron contra la corriente y
nunca se resignaron a la comodidad de lo posible. Personas que, con una
convicción inquebrantable, defendieron sus ideas, sostuvieron sus decisiones y
mostraron, día tras día, la hondura de su carácter.
Cuando alguien así se va, el dolor es inevitable. No solo por la ausencia, sino por la interrupción abrupta de una fuerza que parecía destinada a permanecer. Sin embargo, su legado no se disuelve con el tiempo. Lo que construyeron —a veces con esfuerzo silencioso, otras con confrontación abierta— perdura como una huella firme que orienta, inspira y obliga a recordar.
Miguel Nájera (Acapulco, Gro., 1946) – Tijuana, B. C., 2025), un pintor fuera de serie, franco y directo, de carácter explosivo y mirada crítica, forjó junto con un puñado de creadores bajacalifornianos las bases de la plástica modernista en la región. Autor de una obra contundente, de una fortaleza expresiva que estalla en la figuración —representativa y alegórica—, tendencia en la que se despliega, se afirma y se mantiene con obstinación. Desde sus primeras exploraciones en la pintura sobre terciopelo negro, realizadas décadas atrás en la Avenida Revolución de Tijuana, ya mostraba una notable capacidad de resolución técnica (El Mil arrugas, 1972, óleo sobre terciopelo negro).
En sus piezas es posible reconocer la energía ampulosa y la potencia cercana a los trazos dinámicos y grandilocuentes de Siqueiros, influencia que proviene, sin duda, de su formación académica en el Instituto Potosino de Bellas Artes y en los Talleres de David Alfaro Siqueiros en Cuernavaca, Morelos.
Pintor sin ambigüedades, encaraba con la misma soltura un lienzo que un muro, y en ambos dejaba inscrita la vehemencia del trazo que lo distinguía, capaz de sobreponerse incluso a la trivialidad de algunos de sus temas. Las obras de Nájera, engendradas en la narrativa ineludible de la figuración, destilan la energía propia de una pintura templada en la modernidad; por ello, deben ser juzgadas desde esa perspectiva para apreciar plenamente sus fortalezas.
La memoria que nos deja Miguel Nájera, lejos de la nostalgia vacía, adquiere un sentido colectivo: se convierte en un recordatorio de lo que implica vivir con integridad, con propósito y con la valentía necesaria para abrirse camino aun en los entornos más adversos. Su ausencia no es punto final; es una resonancia que permanece, que nos acompaña y que mantiene vivo aquello que defendió con tanta entereza.
Descansa en paz, amigo. Píntales corceles briosos a los demonios y desnudos soberbios a los ángeles que ahora te acompañan, oyéndote renegar, pero mirándote asombrados mientras cubres con grandes trazos los espacios en blanco del lienzo. Allí quedará, para la posteridad, una obra polémica, crítica y fiel a tu espíritu indomable.
Con el afecto de siempre:
Roberto Rosique
Tijuana, B. C., 26 de noviembre de 2025


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