Postales del confinamiento, una
apuesta creativa de
Alejandro Meter vuelta memoria
Roberto Rosique
La ruptura con la cotidianidad deja
huellas, las más profundas, lo sabemos, devienen del deceso de vidas inocentes.
La experiencia vivida a partir de 2020 consecuencia de la pandemia del
COVID-19, declarada por la OMS emergencia de salud pública de importancia
internacional, toma por sorpresa a esta sociedad globalizada, interconectada,
líquida (a decir de Bauman),[1] quedándose
estática, estupefacta, viendo los estragos causados por ese organismo
imperceptible y destructivo. La fragilidad humana, oculta por el poder político
y económico, fue desnudada de un tajo.
Generó
cambios en todos los ámbitos de la sociedad, al igual que en distintos aspectos
de nuestra cotidianidad, tocamos fondo o casi lo hicimos, y cuando comenzamos a
salir a flote en un aparente control del virus, e intentábamos retomar aquel
andar cotidiano, fue fácil suponer que en esta época poscovid se abrirían
nuevas oportunidades de cambios en una renovada escala de valores y actitudes; como
una posibilidad para reinventarnos, buscando enmendar equívocos y redireccionar
la vida.
No obstante, a un
año de haberse decretado el fin de la emergencia sanitaria (5 de mayo, 2023),
aquel optimismo vital, excesivo, devino en olvido e indiferencia para seguir
actuando, sino igual, muy parecido al pasado (La persistencia de la guerra
intestina Siria, la guerra de Azerbaiyán que llevó al éxodo en condiciones
calamitosas a la población armenia; la invasión rusa al territorio ucraniano,
la perversa masacre del pueblo palestino por el sionismo israelí con la
anuencia de sus aliados hegemónicos, tradicionalmente invasores y
colonialistas, son algunos ejemplos de ello).
Con todo, en esa
prolongada cuarentena la necesidad creativa del ser humano se oponía al
aturdimiento del encierro, de esa situación quedaron un sinfín de ejemplos; en
este sentido, Alejandro Meter, como otros, encontraba una solución para paliar
el acontecimiento y seguir creando a partir de las posibilidades que este
ambiente restrictivo permitía. Postales del confinamiento, es en cierta
forma, o así lo supongo, producto del empoderamiento, adaptación y superación,
requerido para anteponerse a la calamidad.
Esta experiencia sobrada
de incertidumbre, será convertida en un opúsculo de imágenes y declaraciones,
editado en el 2023 por la Universidad de Guadalajara; inscrito, con entera
precisión, como postales, aludiendo, por supuesto, a esa forma atemporal
de comunicación que permite compartir experiencias, iconografías y
emociones de manera visual y personal; en este caso, de ese particular tiempo
referido.
La pandemia del
COVID-19 y el consecuente encierro obligado, puso fin, refiere Alejandro Meter,
a viajes, a encuentros fotográficos y literarios, obligando a postergar un
proyecto de retratos de escritores, en ese entonces en proceso. La
imposibilidad del traslado a otros lugares lo llevó a pensar, como recurso
alternativo, en fotografiar desde su propio aislamiento a literatos localizados
en distintos rincones del planeta[2],
mostrando sus universos confinados; así, desde plataformas como el Zoom,
registró con su cámara montada en un trípode, a cada uno de los elegidos cuyas
imágenes proyectaba sobre fondos de distintos materiales y características,
obteniendo, explica el autor, un abanico de diversas texturas, logrando, a
través de este recurso técnico, representar la nueva realidad fragmentada,
distorsionada, pixelada y fuera de foco que les tocó vivir. (Meter, 2023:3)[3]
Una
historia, nada común, que toma forma bajo a amenaza a la vida y que, confinados
por la pandemia —a decir de Mónica Lavín, (Ibíd., 2023:50)— secuestró la
libertad. “Hasta la libertad de decidir encerrarse”, y que, visto desde ese
ángulo, antepone pocas alternativas como el tener que resolver las cosas con los
elementos disponibles en casa, ser interrumpido durante el acto creativo cuando
menos lo esperas, o depender de lo acordado con quienes se está condenado a
compartir el mismo encierro; aunque la libertad de navegar por Internet pueda
verse como atenuante, todo esto frecuentemente desalienta intenciones.
A
pesar de eso, todo acto creativo bajo estos escenarios condicionales puede ser transformador
en la medida que el autor se lo proponga, este libro es muestra de ello; de ahí
lo significativo de reconocerle que una de sus mayores aportaciones siga
estando en la memoria que como hecho histórico representa.
Una obra
compuesta en tres tiempos: el registro fotográfico, que es el testimonio que da
pie a todo lo demás; los textos que develan la actividad creativa del que
declara y algunas señales autobiográficas que lo acompañan, y la conjunción de
todo esto que reflejan de manera precisa al contexto, que bien pueden
constituir otra realidad.
Textos
nacidos en el confinamiento, que narran brevemente experiencias existenciales,
declarativos, heterogéneos; que describen anhelos y nostalgias al evocar
momentos gratos, de extrañezas por el contacto físico y agradecimientos a la
vida. Poemas lapidarios, resueltos en verso o prosa, que revelan estados de
ánimo sobrados de recuerdos, y al igual que las otras narraciones, colmados de
incertidumbre.
Del impacto
que la pandemia y el encierro causaban en sus vidas, muy pocos textos pudieron
deshacerse del entramado viral, y ante la muerte que determina todo, bastaban
las noticias dantescas de la radio o la televisión para corroborarlo,
declaraciones que llevaron a la aprensión y nos mantuvo al borde del pánico y
la desesperanza; aun así, en las narrativas de este libro parece que en ese
sentido se encasquillaron las ideas, la muerte es mirada de reojo, narrada sin
tanta reticencia, tal vez por el acoso constante, de tanto tenerla encima o tan
cerca, que dejó de ser sorpresa y por ello pretexto creativo.
Para otros,
la sombra que se cernía sobre el cautiverio tenía cara y nombre y no era el
miedo que infundía el saber que vas a perecer; era algo más perversamente
democrático e innegable, que ignorábamos y que podría llevarnos al mismo
desenlace.
“Acaso
lo abominable de la peste —declara Daniel Salinas— sea su vocación fantasmal,
saberla presente, aunque no la veamos, como las parcas en las danzas macabras
medievales. […] Lo peor de la peste —revela Daniel— no es su presencia, sino su
intuición”. (p.72)
Sin la necesidad de
razonar, se impone la indolencia, no hay misericordia, ni humanidad, y sin ello
la esperanza pierde sentido, y esto es inexcusable.
Las palabras que
acompañan a estas representaciones gráficas no son un rosario de salmos
lastimeros, menos de arrepentimientos o reproches, son recordatorios de vida,
de lo finito de la misma y caprichosa, que —a fin de cuenta— es lo que le da
sentido a las cosas, como se la dio a este libro.
Olivia
María Rubio (2007:14)[4]
comenta que “ya durante el siglo XX la fotografía comenzó a plantearse sus
límites entre el fehaciente documento de la realidad que era y las
posibilidades subjetivas que abrían a ella la convivencia de direcciones
opuestas en un lenguaje cuya característica principal es su ambigüedad.
Falso-verdadero, original-copia, real-ficticio son algunos ejemplos de las
dicotomías que brotan de la fotografía, cuya maleabilidad la ha hecho sensible
y permeable a todo tipo de mutaciones de orden social, artístico o simplemente
físico-químico”.
En
ese sentido, la apuesta fotográfica de Rodolfo Meter puede enfocarse en ese
espacio de transformaciones, en el cual la interdisciplina impulsa a las
propuestas híbridas que hacen posible que los discursos gráficos y escritos
transiten en el campo expandido del arte sin limitaciones, más que la que el
creador se imponga.
Resultan registros
directamente vinculados con la realidad del contexto, poseen su propia
tipología y con el agregado de esas narrativas personales constituye nuevas
subjetividades que dan pie a lecturas diversas; sin embargo, el retrato aquí
parece haberle servido para enfocar una prueba de existencia, una forma de
expresión esencialmente temporal con la que ha podido conciliar algo tan
aparentemente contradictorio como es lo efímero y lo eterno. Lo fugaz de la
existencia y lo perenne del óbito determinado por la pandemia.
Creo
que otro sentido de los retratos de Meter, algunos bastante difusos, con cierto
halo de misterio, que evocan rasgos de alguien, no es la de mostrar un ser
humano único, como expone Marta Canals (1996:5),[5] —y
que encuentro concordante a esta apuesta estética— sino reafirmar una
personalidad definida culturalmente, y es, por tanto, la fuerza de la imagen la
que tiende a considerar como realidad lo que no es más que una apariencia.
Con
los recursos que utiliza Alejandro Meter, tales como la sobre exposición, la
ausencia de nitidez, el desenfoque de las imágenes y el agregado de texturas; técnicamente
reinterpreta, recrea, transforma la realidad, en esa otra realidad fragmentada,
distorsionada que nos tocó vivir, como lo menciona en su relato explicativo. En
ese contexto, “Este proyecto —reconoce Laura Escobedo— tiene la lucidez de
documentar un tiempo de extrañamiento sin explicación. La imagen desnuda,
pixelada como el registro de la atmósfera sin forzar sentidos para los que no
hay distancia todavía. Las interpretaciones aparecen fragmentadas, incompletas,
veladas también”. (p.24).
Estas
correlaciones con lo indefinido de la imagen, su interpretación igualmente poco
clara y la incertidumbre, resultan medulares en esta obra ante la falta de
certeza, de conocimiento seguro respecto al devenir social y existencial de
esos tiempos.
En esos momentos de volatilidad y
desafíos complejos, la incertidumbre resultó fundamental para ponernos alerta, porque
esta es absolutamente crítica para el
pensamiento, para la creatividad, incluso para el bienestar mental y la
resiliencia.
A pesar de que nos
sentimos incómodos y frágiles con ella, porque impide aparentemente estabilizarnos,
la
incertidumbre nos desafía, nos provoca, nos impulsa a especular en algo que no
necesariamente debería ser negativo.
La
declaración, concluyente, de Roland Rugero, “Vivo con la incertidumbre como mi
mayor certeza” (p.68), no solo confirma el hecho, sino que ayuda a encontrar,
en esa incertidumbre, el reto para reabrir caminos, para imaginarnos un mejor
porvenir. Puede ser.
El
autor aprovecha las posibilidades técnicas y comunicativas de la imagen (que,
además, interviene y proyecta sobre fondos de diversas texturas) para sugerir en
relación al contexto, sin que haya una búsqueda directa de la identidad del fotografiado,
ya que esa tarea es sustituida con las declaraciones emitidas por cada uno de
ellos y colocadas (casi) a pie de foto, en las que relatan sus inquietudes,
gustos, temores y reconvenciones, dando forma a una construcción autobiográfica.
Estos
retratos de Alejandro Meter, parecieran no ser una reserva de memorias
personales, sino una manera de representar la vida diaria, con toda la carga de
elementos (aparentemente) intrascendentes, en ocasiones con una dosis de
banalidad, en donde la insignificancia, como suelen decir los japoneses Okabe e
Ito (2003), [6] en
situaciones como estas, es elevada a objeto fotográfico.
Y
es aquí donde encuentro otra característica de estas imágenes compuestas, en
las que es posible descubrir que hay una verdad más profunda y fascinante tras aquello en
apariencia sin trascendencia; lo que nos recuerda que todo tiene su propia
historia.
Aquí, de acuerdo a lo anteriormente
señalado, cabe detenerse en esos poco evidentes detalles que el autor adosa a
los retratos, que terminan siendo historias agregadas, las que, mediante
superficies ajenas a la toma inicial, como esas líneas que a manera de
fracturas escinden la escena, o la malla de lunares negros; el plástico
trasparente que se antepone a la imagen; el cristal nítido y reflejante; el vidrio
esmerilado; la sobre exposición de imágenes; la silueta a contraluz; el
desenfoque; el filtro rojo, el estampado, la tela ajada; las gotas de rocío
sobre el cristal; el espejo que se confabula con el espejismo; imágenes
pixeladas y otras más con efectos entremezclados ofreciendo una y más historias
enriquecidas de otras.
Un
trabajo de múltiples facetas que anima a establecer debates sobre lo público y
lo privado, entre la insurgencia pandémica global y la intimidad del retratado;
entre la realidad de uno y la veracidad de otro, la captura del instante de Cartier-Bresson y
la verdad contravenida de Roland Barthes; es una obra bisagra, que con el cruce
de disciplinas alienta a transformar
nuestra manera de concebir las realidades tan cambiantes e inciertas en que nos
desenvolvemos.
¡Qué hay detrás de este ejercicio?
me cuestionaba, en donde las imágenes desdibujadas se encuentran en
concordancia, no solo con aquella realidad en la que el devenir no era muy
claro, sino también en el escritor cuyo reconocimiento se desvanece igualmente,
tanto por la indefinición fotográfica, como por su universo literario reducido
a unos cuantos párrafos con los que no es posible determinar la grandeza
alcanzada, y jamás, —me atrevo a aseverar— que, la intención de Alejandro Meter
fue minimizar esa valía; es, así lo veo, una consecuencia más de este
ejercicio, un tanto lúdico, que logra llevar a ese otro extremo la posibilidad
de significar algo distinto a lo convenido.
En el arte este recurso, no del todo
aceptado, posee su propio valor ya que abre opciones e invita a leer o mirar
las cosas desde otras dimensiones, a interpelarnos sobre lo convenido; esta
ruta no concertada es la que favorece la exégesis que es indispensable en todo
discurso planteado, y lo es en la medida de ser siempre una posibilidad más, no
otra regla por establecerse.
Por
último, diría que es difícil no estar de acuerdo con Susan Sontag (2005), [7] cuando
declara que la fotografía tiene poderes que ningún otro sistema de imágenes ha
alcanzado nunca, ya que, al contrario de los anteriores, no depende de un
creador de imágenes; aunque el fotógrafo intervenga cuidadosamente en la
preparación y guía del proceso de producción de ellas.
No
obstante, el
protagonismo de las obras de Alejandro Meter, que comparte entre las iconografías
que
tienden a considerar como realidad lo que no es más que una apariencia, en las que
se reconocen las declaraciones de Sontag; el agregado de los textos concisos de
esencia biográfica capaces de confluir hacia interpretaciones de discursos
múltiples, es con los que conforma el corpus de un ejercicio híbrido con el
cual se permitió interpretar al mundo en ese particular momento y amplió el
espectro del poder de la imagen dejando, a la vez, una memoria siempre
indispensable.
Eso es lo
que deseamos de todo ejercicio creativo, explayarse en su propia libertad, y
bien podríamos comenzar a hacerlo caminando de la mano del diablo —aludiendo a
Gerardo Mosquera,[8]—
para reemplazar las rutas esencialistas heredadas e imaginar nuevos rumbos; soltándose
lo antes posible de ese asidero, para elaborar el itinerario propio que le dé
sentido a lo que a uno convenga y no a lo que el otro considera apropiado e
imponga.
Dr. Roberto Rosique
Nace en Cárdenas, Tabasco, México, en
1956. Radica en Tijuana, B. C., desde 1986.
Formado profesionalmente en el campo
multidisciplinar como Médico General, con Especialidad en Pediatría y
Subespecialidad en Oftalmología Pediátrica, es a su vez Licenciado en Artes
Plásticas, y obtiene el grado de Maestro en Docencia con la tesis: El arte instalación en la
instrucción de las artes desde un modelo constructivista; así como el grado de Doctor en Pedagogía Crítica con la tesis: La formación artística desde
un Currículo Alternativo. Otras dimensiones para el compromiso social del arte. Ha
realizado exposiciones en el país y el extranjero, creador de esculturas
urbanas para Tijuana (2004), Toluca,
(2010), Tucumán, Argentina (2011), Brisbane Australia. (2013), entre otras
Autor de una decena de libros y artículos indexados sobre la cultura
regional, de entre ellos se encuentran:
2019).
Salvador Magaña, En el juego de las
formas, de la tradición a la síntesis, FORCA: CDMX
(2017).
Los 70. Un período fundamental en la
plástica de Tijuana. Tirant Lo Blanch / UABC: México.
(2016).
De aquellos paramos sin cultura. Tres
décadas de arte en Baja California; de lo retiniano a lo conceptual.
Secretaria de Cultura,
CECUT,
ICBC: México.
(2010).
Del arte en terciopelo negro al arte
instalación. Apuntes sobre las artes visuales en Tijuana, UABC/INBA:
México, DF.
(2004).
Hacedores de Imágenes (Plástica bajacaliforniana contemporánea), CECUT,
ICBC, IMAC, UABC: México.
Es Maestro Fundador de la
Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Baja California (2003). Investigador en Artes y curador
independiente y Actualmente es el coordinador de la Trienal de Tijuana 2
Internacional Pictórica.
[1] Bauman, Zygmunt (2003).
Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, México.
[2] Más de 90 escritores se
sumaron al llamado e invitación de Alejandro para ser fotografiados en su
refugio.
[3] Meter, Alejandro
(2023). Postales del confinamiento, Editorial Universidad de
Guadalajara, México
[4] Rubio, Oliva (2007). Momentos
estelares. Las fotografías del siglo XX. Madrid: Círculo de Bellas Artes.
[5] Canals, M (1996). Retratos.
Fotografías españolas 1849-1995. Barcelona Fundación Caixa de Cataluña
[6] Okabe, D. e Ito, M.
(2003). Camera phones changing the definition of pictureworthy. Japan
Media Review, 29.
[7] Sontag, Susan (2005). Sobre
la Fotografía, Editorial Alfaguara S.A., Bogotá.
[8] Mosquera, Gerardo
(2010). Caminar con el diablo. Textos sobre arte, internacionalismo y
cultura. Editorial Cataclismo, Bogotá.
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