ergio Lugo, escritor sinaloense afincado en TJ ya desde algunos ayeres y
autor también de la novela Huellas del alma,
publicada en el 2008 por la editorial de este centro cultural. El libro que
ahora nos reúne, impreso el año pasado por el Instituto Municipal de Cultura de
Culiacán en su estado natal, denominado: Cuentos
de amor y muerte y muertes por amor, un título intencionadamente
reiterativo como para indicarnos que si pensamos en otros contenidos erraremos sobre
la aventura que este libro depara. Buena intención. Con un breve prólogo de
Gabriel Trujillo, y compuesto por ocho relatos hilvanados todos -tal lo indica
el título-, por el amor y la muerte; en donde engarza también nostalgias,
anhelos, dolor e injusticia. Todo un drama común existencial que el autor
describe de forma amena y pormenorizada.
Haré un esbozo de ellos, con el ahorro de recurso necesario
con el único fin de entusiasmarlos a su lectura y no mal-vender la historia (por
cierto, el pecado más común del presentador de libros). Y digo mal-vender, por
que frecuentemente con el entusiasmo provocado por el contenido o la amistad
con el autor o la torpeza para comprender lo que realmente ofrece el libro,
escribe uno percepciones tan particularizadas que bien pueden ser otras
historias y eso vende o aleja en demasía al lector. Anticipo mi disculpa por si
algo de esto último sucede con mi lectura.
Damián, título del primer relato y el nombre de un
individuo con retraso mental que deambula, como tantos, sin ton ni son por la
vida; estigmatizado desde la infancia por imágenes nada redentoras y supuestos
derivados de su lógica restringida. Una perspectiva limitada que, por si fuera
poco, lo llevará a confrontar su vida con la fatalidad.
El segundo relato titulado Rosalba, una solterona
amargada que ronda en la soledad con su vejez acuesta, rememorando todo el
tiempo su infortunio; sólo comprendida por su sobrino, otro solterón, bastante afines
en ciertas circunstancias, enlazados por la sangre filial (si es que el término
es pertinente) y el fracaso amoroso que cada uno experimenta. Una historia
sobrada de nostalgias, rencores y dolor, que cierra el círculo con la indulgencia.
Olivia, título del tercer relato, hija del pecado, pues
no sabían quién había sido el padre;
nieta de la curandera del pueblo Jesús Ventura, beata irrevocable, crece
a su lado bajo la consigna de que el hombre sólo busca a la mujer para tener
sexo. Protegida en exceso por su abuela hace difícil que hombre alguno se le acerque;
sin embargo, la vida que tiene caminos tortuosos le reserva a Olivia un
desenlace inesperado. El destino, parece remarcar Lugo en este cuento, es una
línea trazada, a veces cruel e inexorablemente inamovible.
Le sigue una triada de cuentos breves de amor y muerte, en
el Cuento 1, Patricio Lagarde un algodonero sinaloense, macho y parrandero, que
muere intempestivamente en una situación suigeneris
dejando a la viuda sumida en la vergüenza, el Cuento 2, Demetrio Valenciano,
cobra una afrenta con un asesinato, que para desgracia de las familias dará pie
a un odio perpetuado en la venganza, y el Cuento 3, Santiago, un borracho
empedernido vive y muere entre ilusiones frustradas y anhelos fracturados por
la indiferencia. Historias breves de cierre abrupto cuyo sustento, desde mi
perspectiva, recaen en lo directo del
hecho narrado.
Chicho, el título del penúltimo cuento y nombre de un
personaje colmado de tristeza que ha transcurrido su vida miserable
recorriéndola en solitario sin hacer camino al andar, y ante la aparente
indolencia de la vida se cierra su círculo en un hogar humilde y generoso que
lo acoge.
Sangre seca, el texto final, que se desengancha de todos
los anteriores por su tópico y contexto, describe el drama doloroso que viven los
indocumentados por alcanzar el sueño americano y que culmina, como es
frecuente, en una lacerante realidad.
Historias sobradas de reproches, de creencias firmes -más
por temor que convicción-, arropadas de la tradición religiosa que hace sumiso
al hombre por miedo al castigo eterno de un dios creado por el mismo; esta
figura omnipotente y dadivosa pero que castiga sin piedad la desobediencia;
¡vaya paradoja!.
Hogares descritos por Lugo con esmero, tan protagónicos
como sus personajes, detallados bajo el drama ampuloso del recuerdo y la
nostalgia; contextualizados en la provincia cuyas atmósferas también define con
apasionamiento.
Cuentos, en su mayoría (la excepción sería Sangre seca) anclados
a un pasado remoto de un México campirano casi en el olvido, que hacen difícil,
por momentos, no rememorar aquella tradición exacerbada por las imágenes idílicas
de la fotografía de Figueroa de la época de oro del cine mexicano o por algunos
pasajes rulfianos, donde el machismo, la sumisión, la ignorancia, la fe, el
odio, el amor y la muerte, son el contexto en el que se desenvuelven, pero
también lo que da corpus a los protagonistas.
Un narrador ágil que encuentra suficientes palabras
claves para lograr la empatía entre lector y protagonista, que busca conmover y
en varios momentos lo logra. Un recurso, por cierto, infalible para dejar
huella que se hace imprescindible en el cuento y que, no obstante, también
puede ser la tuerca floja que hace a la estructura
frágil, por lo empalagoso en que puede convertirse el recurso.
Si bien se dice que los protagonistas del
mundo literario son como una especie de proyección de lo propio, no podría aseverarlo en estos cuentos de Lugo;
sin embargo, sus historias, aun bajo el pretexto de la ficción, se derivan del
sentido de la existencia, es por ello que podemos vernos reflejados o mejor, identificar
a otros con prontitud en estas narraciones. Cuentos pues, hechos con pedazos de
vida que transcurren en una realidad nada complaciente.
Los conmino a leerlos para que saquen
sus propias conclusiones.
Roberto Rosique
Agosto primero, del 17, Cecut