Rubén García Benavides
55 años de trayectoria artística
Colección de Maestros del Arte bajacaliforniano. UABC, 2013.
Un bello libro de 216 páginas,
planteado por Gabriel Trujillo, su antologador, en cinco apartados. El primero
con el título de Rubén García Benavides.
El creador y el visionario, donde presenta
una semblanza detallada del origen y desarrollo creativo de su trayectoria
artística.
Una introducción en la que se
pormenoriza su llegada a estas tierras norteñas a mediado del siglo pasado, su
incursión inicial en el arte, su inscripción en 1955, en la Escuela de Artes
Plásticas José Clemente Orozco del Instituto de Ciencias del Estado y su egreso
en la primera generación, en la que ya daba muestras de inquietudes estéticas
por encima de las establecidas por otros artistas residentes en estos páramos
del Norte.
Hace un alto en su labor docente
tanto de la escuela que egresa como artista, como de la Facultad de
Arquitectura de la UABC y desde fundación, en el 2003, en la Facultad de Artes
de la misma institución educativa, labor de la que todo aquel que lo conoce o
que paso por sus aulas, corrobora su entrega y entusiasmo.
En cuanto a su desarrollo
creativo, Trujillo lo expone en un amplio texto en donde se plantean las
influencias que dan origen a su línea de producción. “Su tradición ─escribe el
autor referido─ no pasa por el expresionismo alemán, el dadaísmo o el
surrealismo. Sus raíces son otras: el futurismo ruso, el Bauhaus (sic), el arte
abstracto, los objetos de la sociedad de consumo y del diseño industrial”
(p.30). Ahí mismo también da cuenta de las
lecturas que algunos críticos nacionales (como Raquel Tibol, Armando Torres
Michúa y Teresa del Conde) han externado sobre su obra. Finalmente se hace un
análisis entusiasta de lo que podría ser su estilo y se da rienda suelta a las
adjetivaciones y requiebros, centrados estos, en analogías poéticas sobre la
luz, la atmosfera y la geografía bajacaliforniana.
Las 138 páginas siguientes
resultan un muestrario amplio de imágenes que hacen evidente su evolución
creativa y alcances estéticos. Capitulo subdividido en tres periodos el que
inicia con el título de Búsquedas y
que sitúa entre 1961 y 1974, los que considera años de formación, aprendizaje,
y de absorción de estilos. Un segundo periodo que etiqueta de Hallazgos y que ubica entre 1975 y 2012, años –escribe su
biógrafo- de visión, madurez y de consolidación de un estilo propio. Y un tercer
apartado que titula Parientes cercanos,
el que emplaza entre 1998 y 2007, y que cataloga como años de transformación,
de evolución y de regreso a los orígenes.
Ubicar en periodos la producción
de un artista tan vasto como Benavides siempre será un gran reto para cualquier
antologador o biógrafo, y ello es justamente porque su obra no sigue una línea
vertical en su proceso evolutivo. Los artistas que abrevan de influjos diversos
y aparentemente antagónicos a sus desarrollos estéticos hacen más compleja aun esa catalogación. Por tanto
la lectura de la obra pictórica de este autor requiere conocer con precisión
los objetivos que autor persigue y propone. Aquellos que incluso, muchas veces han
sido clarificados por el mismo autor en sus reflexiones y escritos; para así no
desbordar las apreciaciones personales en ornatos que poco ayudan a comprender
a cabalidad la obra madura de este autor esplendido.
Finalmente encontramos un
capitulo de cierre donde se cronóloga su vida y trayectoria artística. Un
capitulo orientador que muestra fotográficamente momentos íntimos del artista,
que permite resumir ese largo recorrido y facilita, en cierto modo, la
comprensión de los influjos directos de su contexto.
Un libro hermoso, no hay dudas,
fundamental para el entendimiento y reconocimiento de una vida dedicada al arte,
que ofrece un muestrario de imágenes que acercan al lector a una de las
manifestaciones plásticas hoy ya emblemáticas de Baja California. Un extenso opúsculo
de imágenes que hacen posible, no únicamente un acercamiento a sus pinturas,
sino hacer una lectura, me atrevería a decir, bastante precisa de sus alcances
estéticos.
Una producción pictórica dilatada
fruto de las influencias de la vida y contexto, de sus lecturas puntuales, de
sus acercamientos y revisiones de artistas, obras y corrientes, que lo impactan
y ayudan a dimensionar sus propuestas. Atribuciones que se vuelven visible en
su pintura y permiten reconocer su evolución, así como entender el sustrato del
porqué esta obra descolló desde temprano en la originalidad.
Obras que dejan ver tanto los influjos
posimpresionistas, como las bases que emanan de la abstracción postpictórica
(de Ellsworth Kelly, Richard Diebenkorn, Kenneth Noland) alejada de la
gestualidad y cualidades matéricas del expresionismo abstracto, como el mismo
Benavides reconoce en sus escritos y que se hermanan en el silencio como
cualidad estructurante de ambos casos.
Piezas que bajo el pretexto de la
horizontalidad se afianzan de la síntesis, no de la tridimensionalidad
minimalista de Donald Judd, Sol LeWitt o Carl Andre, sino del minimalismo
pictórica del mismo Kelly y tal vez, del feliz encuentro, (como el propio autor
reconoce) con la obra neoplasticista de Piet Mondrian, aquella que en el empeño
por la busqueda de la estructura básica del universo eliminó la curva y todo lo
formal, refugiándose en estructuras y colores primarios que al final sintetiza en
una belleza sucinta, ordenada y equilibrada valga la reiteración; condiciones
que parecen describir a cabalidad muchos aspectos estructurales de la obra de
Rubén García Benavides.
Aquí del apego al paisaje y su
reacción contra el deseo de reflejar fielmente a la naturaleza lo llevará ─como
a los postimpresionistas─ a la busqueda de una visión más subjetiva del mundo y
en feliz concordancia con su enorme poder de síntesis (abstracción) sus obras
se convierten en extensos planos de color que fragmentan el espacio y simplifican
superficies; que en ocasiones franquea con senderos o autopistas y la más de
las veces, con Marianas, y aquí, con estos elementos justifico mi insistencia
en situar estos trabajos en el neoromanticismo, pues son obras que nos conminan
a ver y entender la naturaleza rebasando la esfera de lo inconsciente y de lo
racional; oponiéndose a la separación entre razón y sentimiento, entre lo real
y lo irreal. Y que si bien se observan algunos acuerdos con la significación
épica del romanticismo, en las obras de Benavides encontramos la afirmación de
una identidad local (por la horizontalidad de valles, planicies y la
luminosidad de sus atmósferas) y en donde además, las mujeres plasmadas no
están felizmente perdidas entre el reino natural en la búsqueda de una armonía
integradora con todos los elementos vivientes, tal como lo perseguía esa vieja
corriente referida[1]; están integradas sí, a la
naturaleza, algunas en cierta forma subliminal o intensamente protagónicas bajo
la propuesta o consigna del autor de actuar como provocaciones (García
Benavides, 2007:98)[2]. Aquí, la naturaleza es
una voz más en la pluralidad dialógica de lo existente.
Mi obstinación de ubicar el
paisaje de este autor en el neoromanticismo, sólo pretende ser una referencia
más que consienta un mejor entendimiento de su abordaje estético; admito que
circunscribirlo a una corriente determinada resultaría coercitivo; sin embargo,
existen condiciones que a mi parecer lo hace irrefutable: la feliz
concomitancia de sus características.
Y volviendo pues, a lo que hoy
nos trae aquí y nos atañe. El valor de este libro es ser memoria que reconoce y
en ese sentido no hay una sola objeción, sino al contrario, agradecimientos y
esperanzas, las que esperamos ver también fructificadas en testimonios de otros
valiosos autores de la región, y como corolario ─insistiría─, en que es un
material que da pauta también a interpretar y reinterpretar desde ópticas
distintas, la apuesta estética de este grandioso pintor bajacaliforniano.
Roberto Rosique
[1] Como ejemplo véase las obras del pintor
romántico alemán Friedrich Casper David (1774 –1840): Monje a la orilla del
mar (1808), Arco iris en un paisaje de montaña (1809–1810), El
caminante sobre el mar de nubes (1817–1818), con sus personajes anónimos,
sombríos, empequeñecidos ante lo inconmensurable y sublime de la naturaleza en
busca de la armonía que le permita fundirse en ella; plasmados, incluso, como
metáfora visual de la disolución del individuo en el «todo» cósmico.
[2] El autor describe en su libro Blanco Móviles, que inclusive "una
obra geométrica de Piet Mondrian, podría ser el espacio idóneo para que
Mariana, Lubina, Julia o Erédira, encuentren su marco apropiado, su ventana
personal, para exhibir su desnudez insólita, sospechosa; el lugar apropiado
para que las hembras de mi pintura logren en el espectador la provocación de
sus sentidos y su alma". (García Benavides, 2007:98)
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