Friday, May 02, 2014

Rubén García Benavides 55 años de trayectoria artística




Rubén García Benavides

55 años de trayectoria artística

Colección de Maestros del Arte bajacaliforniano. UABC, 2013.


Un bello libro de 216 páginas, planteado por Gabriel Trujillo, su antologador, en cinco apartados. El primero con el título de Rubén García Benavides. El creador y el visionario, donde presenta una semblanza detallada del origen y desarrollo creativo de su trayectoria artística.

Una introducción en la que se pormenoriza su llegada a estas tierras norteñas a mediado del siglo pasado, su incursión inicial en el arte, su inscripción en 1955, en la Escuela de Artes Plásticas José Clemente Orozco del Instituto de Ciencias del Estado y su egreso en la primera generación, en la que ya daba muestras de inquietudes estéticas por encima de las establecidas por otros artistas residentes en estos páramos del Norte.

Hace un alto en su labor docente tanto de la escuela que egresa como artista, como de la Facultad de Arquitectura de la UABC y desde fundación, en el 2003, en la Facultad de Artes de la misma institución educativa, labor de la que todo aquel que lo conoce o que paso por sus aulas, corrobora su entrega y entusiasmo.



En cuanto a su desarrollo creativo, Trujillo lo expone en un amplio texto en donde se plantean las influencias que dan origen a su línea de producción. “Su tradición ─escribe el autor referido─ no pasa por el expresionismo alemán, el dadaísmo o el surrealismo. Sus raíces son otras: el futurismo ruso, el Bauhaus (sic), el arte abstracto, los objetos de la sociedad de consumo y del diseño industrial” (p.30).  Ahí mismo también da cuenta de las lecturas que algunos críticos nacionales (como Raquel Tibol, Armando Torres Michúa y Teresa del Conde) han externado sobre su obra. Finalmente se hace un análisis entusiasta de lo que podría ser su estilo y se da rienda suelta a las adjetivaciones y requiebros, centrados estos, en analogías poéticas sobre la luz, la atmosfera y la geografía bajacaliforniana.



Las 138 páginas siguientes resultan un muestrario amplio de imágenes que hacen evidente su evolución creativa y alcances estéticos. Capitulo subdividido en tres periodos el que inicia con el título de Búsquedas y que sitúa entre 1961 y 1974, los que considera años de formación, aprendizaje, y de absorción de estilos. Un segundo periodo que etiqueta de Hallazgos y que ubica entre 1975 y 2012, años –escribe su biógrafo- de visión, madurez y de consolidación de un estilo propio. Y un tercer apartado que titula Parientes cercanos, el que emplaza entre 1998 y 2007, y que cataloga como años de transformación, de evolución y de regreso a los orígenes.



Ubicar en periodos la producción de un artista tan vasto como Benavides siempre será un gran reto para cualquier antologador o biógrafo, y ello es justamente porque su obra no sigue una línea vertical en su proceso evolutivo. Los artistas que abrevan de influjos diversos y aparentemente antagónicos a sus desarrollos estéticos hacen  más compleja aun esa catalogación. Por tanto la lectura de la obra pictórica de este autor requiere conocer con precisión los objetivos que autor persigue y propone. Aquellos que incluso, muchas veces han sido clarificados por el mismo autor en sus reflexiones y escritos; para así no desbordar las apreciaciones personales en ornatos que poco ayudan a comprender a cabalidad la obra madura de este autor esplendido.



Finalmente encontramos un capitulo de cierre donde se cronóloga su vida y trayectoria artística. Un capitulo orientador que muestra fotográficamente momentos íntimos del artista, que permite resumir ese largo recorrido y facilita, en cierto modo, la comprensión de los influjos directos de su contexto.



Un libro hermoso, no hay dudas, fundamental para el entendimiento y reconocimiento de una vida dedicada al arte, que ofrece un muestrario de imágenes que acercan al lector a una de las manifestaciones plásticas hoy ya emblemáticas de Baja California. Un extenso opúsculo de imágenes que hacen posible, no únicamente un acercamiento a sus pinturas, sino hacer una lectura, me atrevería a decir, bastante precisa de sus alcances estéticos.

Una producción pictórica dilatada fruto de las influencias de la vida y contexto, de sus lecturas puntuales, de sus acercamientos y revisiones de artistas, obras y corrientes, que lo impactan y ayudan a dimensionar sus propuestas. Atribuciones que se vuelven visible en su pintura y permiten reconocer su evolución, así como entender el sustrato del porqué esta obra descolló desde temprano en la originalidad.

Obras que dejan ver tanto los influjos posimpresionistas, como las bases que emanan de la abstracción postpictórica (de Ellsworth Kelly, Richard Diebenkorn, Kenneth Noland) alejada de la gestualidad y cualidades matéricas del expresionismo abstracto, como el mismo Benavides reconoce en sus escritos y que se hermanan en el silencio como cualidad estructurante de ambos casos.

Piezas que bajo el pretexto de la horizontalidad se afianzan de la síntesis, no de la tridimensionalidad minimalista de Donald Judd, Sol LeWitt o Carl Andre, sino del minimalismo pictórica del mismo Kelly y tal vez, del feliz encuentro, (como el propio autor reconoce) con la obra neoplasticista de Piet Mondrian, aquella que en el empeño por la busqueda de la estructura básica del universo eliminó la curva y todo lo formal, refugiándose en estructuras y colores primarios que al final sintetiza en una belleza sucinta, ordenada y equilibrada valga la reiteración; condiciones que parecen describir a cabalidad muchos aspectos estructurales de la obra de Rubén García Benavides.

Aquí del apego al paisaje y su reacción contra el deseo de reflejar fielmente a la naturaleza lo llevará ─como a los postimpresionistas─ a la busqueda de una visión más subjetiva del mundo y en feliz concordancia con su enorme poder de síntesis (abstracción) sus obras se convierten en extensos planos de color que fragmentan el espacio y simplifican superficies; que en ocasiones franquea con senderos o autopistas y la más de las veces, con Marianas, y aquí, con estos elementos justifico mi insistencia en situar estos trabajos en el neoromanticismo, pues son obras que nos conminan a ver y entender la naturaleza rebasando la esfera de lo inconsciente y de lo racional; oponiéndose a la separación entre razón y sentimiento, entre lo real y lo irreal. Y que si bien se observan algunos acuerdos con la significación épica del romanticismo, en las obras de Benavides encontramos la afirmación de una identidad local (por la horizontalidad de valles, planicies y la luminosidad de sus atmósferas) y en donde además, las mujeres plasmadas no están felizmente perdidas entre el reino natural en la búsqueda de una armonía integradora con todos los elementos vivientes, tal como lo perseguía esa vieja corriente referida[1]; están integradas sí, a la naturaleza, algunas en cierta forma subliminal o intensamente protagónicas bajo la propuesta o consigna del autor de actuar como provocaciones (García Benavides, 2007:98)[2]. Aquí, la naturaleza es una voz más en la pluralidad dialógica de lo existente.



Mi obstinación de ubicar el paisaje de este autor en el neoromanticismo, sólo pretende ser una referencia más que consienta un mejor entendimiento de su abordaje estético; admito que circunscribirlo a una corriente determinada resultaría coercitivo; sin embargo, existen condiciones que a mi parecer lo hace irrefutable: la feliz concomitancia de sus características.



Y volviendo pues, a lo que hoy nos trae aquí y nos atañe. El valor de este libro es ser memoria que reconoce y en ese sentido no hay una sola objeción, sino al contrario, agradecimientos y esperanzas, las que esperamos ver también fructificadas en testimonios de otros valiosos autores de la región, y como corolario ─insistiría─, en que es un material que da pauta también a interpretar y reinterpretar desde ópticas distintas, la apuesta estética de este grandioso pintor bajacaliforniano.



Roberto Rosique



[1] Como ejemplo véase las obras del pintor romántico alemán Friedrich Casper David (1774 –1840): Monje a la orilla del mar (1808), Arco iris en un paisaje de montaña (1809–1810), El caminante sobre el mar de nubes (1817–1818), con sus personajes anónimos, sombríos, empequeñecidos ante lo inconmensurable y sublime de la naturaleza en busca de la armonía que le permita fundirse en ella; plasmados, incluso, como metáfora visual de la disolución del individuo en el «todo» cósmico. 

[2]  El autor describe en su libro Blanco Móviles, que inclusive "una obra geométrica de Piet Mondrian, podría ser el espacio idóneo para que Mariana, Lubina, Julia o Erédira, encuentren su marco apropiado, su ventana personal, para exhibir su desnudez insólita, sospechosa; el lugar apropiado para que las hembras de mi pintura logren en el espectador la provocación de sus sentidos y su alma". (García Benavides, 2007:98)


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