La
educación artística en Baja California y el reto por una pedagogía
transformadora y crítica.
Roberto Rosique
Facultad de Artes, Tijuana. UABC
Con las
artes bajacalifornianas ubicadas en el panorama mundial, ya en este nuevo siglo,
consecuencia del evento binacional
(Tijuana/San Diego) de arte instalación: inSITE y en cierta forma el Salón
Internacional de Estandartes, en el que podían verse propuestas contemporáneas
de artistas reconocidos mundialmente, con la participación de curadores y
críticos de arte de igual nivel; concedían
un prestigio nunca antes visto que se filtraba a la comunidad creativa y al
mismo tiempo mostraba al mundo la realidad de la producción bajacaliforniana y
el nivel formativo de sus representantes.
Los
talleres, diplomados y cursos profesionalizantes, generados por instituciones
culturales y educativas creados a lo largo de las últimas cuatro décadas,
habían cumplido su labor en la medida que permitieron al artista local superar
regionalismos, incluso colocar a un número de ellos en el plano internacional. Sin
embargo, el enfrentarse a otras dinámicas de mayor exigencia dentro de las
propuestas contemporáneas generadas por los eventos internacionales antes
mencionados, el nivel de competitividad del artista local se advertía
disminuido y ello, volvía impostergable promover la formación artística a
niveles profesionales.
La UABC
asume la responsabilidad en el 2003, y conforma un mapa curricular que
encuadraban bien ─en ese momento─ en las aparentes necesidades de la región; empero,
ante las experiencias obtenidas con sus primeras generaciones que destacaban particularmente
en lo pictórico, los cambios vertiginosos sufridos en el arte en los últimos
tiempos y particularmente en la producción local, exigía rectificar el rumbo de
la instrucción inicialmente establecido. El ideal de egresar Licenciados
competentes que requieren de una información y práctica más sólida en las
nuevas tendencias del arte, alentó a la revisión de los planes de estudios
existentes y en el 2011 serán replanteados e instaurados.
Con
todo, en una estricta revisión de éstos últimos se hace ostensible de nueva
cuenta la tendencia hacia la formación de productores de bienes de consumo. Incluso
en la actualidad
oferta una única Maestría también en producción artística. Con ello se sigue apostando
por enfoques modernistas que nos mantienen alejados de visiones verdaderamente
innovadoras y de objetivos de mayor compromiso con esta realidad social inmersa
en un consumismo enajenante.
En esta
acelerada carrera por las artes, emprendida en el Estado desde el siglo pasado,
desfasada de la educación artística, en gran parte consecuencia del desinterés
y desconocimiento del valor de las artes como parte sustancial en la formación
integral del individuo; que inicia con limitaciones en talleres y retomada tardíamente
por las instancias educativas; con el paso de los años se irá formalizando. Sin
embargo, puede verse cómo las propuestas educativas se mantendrán estacionadas
únicamente en la formación de creadores de bienes materiales, sostenes de
industrias culturales, para quienes el arte, en realidad, no deja de ser una
actividad comercial como cualquier otra.
Si acaso algunos de los sitios
independientes como Estación Tijuana
de Marcos Ramírez "Erre", La
Casa del Túnel de Luis Ituarte, el espacio Lui Velazquez de Camilo Ontiveros, Shannon Spanhake y Sergio de la
Torre, convertidos en talleres que ha impulsado proyectos interdisciplinarios, foros
de discusión y análisis sobre arte actual y aspectos culturales binacionales;
así como ciertos autores y algunos grupos independientes, harán la diferencia
al apostar por la reflexión, la discusión, el diálogo y la generación de una
producción interdisciplinaria que llega a poner en cuestión la originalidad,
incluso la muerte del autor, que no estaban abiertamente comprometidas con el
mercado[1].
Las
inquietudes surgidas en los países industrializados en el siglo pasado en torno
a los objetivos educacionales, en particular la disyuntiva de mejorar la
relación existente entre el sistema educativo y el productivo, los llevará a
centralizar sus propósitos de educar y capacitar para la mano de obra requerida.
Todavía podemos ver cómo en el entramado contemporáneo de las sociedades desarrolladas
persisten estas premisas; no obstante, en el avance del mismo afán progresista,
fueron señalándose otras rutas en las que ha sido posible atisbar diferentes objetivos
pedagógicos.
La formación
artística discurre de manera análoga y parece que difícilmente podría ser de
otra forma. "Mientras
la educación ─como señala Juan Carlos Arañó (1993:14)[2]─
se manifieste en nuestra cultura en términos de oferta y consumo, la educación
artística no dejará de ser un mero «adorno» de nuestro sistema escolar".
Por tanto, transformar esta
cuestión tendrá que ser la alternativa, y el reto verdadero será cuando, sin
esperar que esta condición se modifique en la educación general, la enseñanza
artística asuma el cambio como compromiso social.
Las pedagogías educativas artísticas
actuales (en términos generales) perfectamente entretejidas en los sistemas
convencionales establecidos, responden a sus demandas reproduciendo insistentemente
las mismas tendencias que la han caracterizado como formadoras de productores
de bienes materiales; de ahí que, aún cuando se reajusten cambios de planes de estudio o
reestructuraciones organizativas, esto no será suficiente mientras los
replanteamientos no se propongan a través de reflexiones y consideraciones que
encaucen sus objetivos hacia metas sociales más precisas y de mayor pronunciamiento
por el bien común.
Lo que hace,
por tanto, indiscutible y urgente la necesidad de renovar los contenidos que
conforman el cimiento de la mayor parte de nuestras actuales propuestas en educación
artística, porque buena parte de ellas además de ser improductivas para un
futuro, contribuyen poco o nada a la necesidad de la conformación de sociedades
más democráticas.
De ahí la
justificación de apostar por una pedagogía transformadora, humanista y crítica,
que genere una educación artística proveedora de individuos comprometidos con
su sociedad, que vayan más allá de su histórico papel como productores de
bienes de consumo.
El valor de la
educación artística del siglo XXI, sólo podrá entenderse en la medida de la
búsqueda del cambio, pero no únicamente de estilos artísticos, sino en la formación
del hombre crítico que con su producción se vuelva indispensable en la
construcción de una nueva sociedad.
[1] Aunque los artistas que han desfilado
por esas líneas, finalmente buscaban insertarse en los circuitos
internacionales del arte; los que en definitiva tasan, validan, así como
esterilizan lo irreverente y contestatario de los discursos artísticos,
convirtiéndolos, prácticamente, de nuevo en mercancías.
[2] _Arañó Gisbert, Juan C. (1993), La nueva educación artística significativa:
definiendo la educación artística en un período de cambio. Arte, individuo y sociedad. Madrid.
Editorial Complutense.
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