A propósito de la amnesia y el castigo
(Antes sufría de
amnesia, ahora no me acuerdo)
La historia se
repite y no aprendemos: El poder corrompe. El corrupto aparenta que no lo es,
sus incondicionales lo ratifican. El corrupto pervierte y disfraza sus actos
golpeando a otro igual o más corrupto y su maléfica actuación queda oculta por
el velo que provee la amnesia y el descaro.
El corrupto se hace
de credibilidad con actos efectistas, pone ejemplos severos castigando sin
piedad a otros sinvergüenzas. Está plenamente convencido que acciones de esta
naturaleza simulan muy bien la justicia al tiempo que ocultan y acicalan su
mundo ilícito y distorsionado.
Los golpes mediáticos
son tan efectivos que generan regocijo al pueblo ciego, el atrapo de narcotraficantes
mayores, las telenovelas y los triunfos de la selección mexicana de futbol, son
un buen modelo de ello; pero mejor aún, es aquel ejemplo de "justicia y honradez", cuando con un marro informativo
sacan a la luz acciones pervertidas (difíciles de encontrarles parangones) de
aquellos, que otrora fueran socios e incondicionales, y que a través de la
noticia amarillista revelan lo ruin de un accionar que tantas, tantas veces
hicieron en comparsa y hoy, tratan de ocultarlo acicalándolos de olvido.
Si la historia
fuera cierta y devela honestidad, como se jactan declarar, deberá por justicia
y credibilidad, revertirse en ellos mismos y renunciar a sus curules por vergüenza
o dignidad. Pero jamás será así pues sancionar públicamente a otros resulta un
acto de alto impacto infalible que desinforma, confunde y distrae.
La historia de la amnesia
mexicana es condición reconocida a plenitud por el corrupto. De ella se "agarran" todos los que en menor o
mayor medida son y han sido deshonestos, seguros del efecto protector del olvido.
Los actos de corrupción
denunciados antes de este bien armado circo mediático-político de Gordillo-PeñaNieto,
pasarán con mayor rapidez al recaudo del olvido y quedarán sin justicia. El sinvergüenza
menor (que no hay tal, porque son tan culpables como el rufián mayor) que robo
a una institución o al pueblo quedará soterrado en el olvido y ahí permanecerá
sigiloso, esperando la oportunidad para volver a delinquir (como siempre lo ha
hecho), oculto tras el parapeto de la buena voluntad y el servilismo.
La muerte política de
un corrupto enaltece la de otro que mañana, sin lugar a dudas, revelará ser más
corrupto.
La perversidad
mayor del ser humano es encubrir la suya denunciando la de aquel que hoy ya le resulta
incómodo.
Roberto Rosique