La
Navidad y todos sus corolarios consumistas se impone sobre la muerte de un líder
ensombrecido por la fuerza brutal de un sistema vertical y egoísta.
La mediocridad de un sistema como el
nuestro, atiborrada de ejemplos de ineptitud y corrupción; el dolor de cabeza,
para el mundo, con la llegada próxima a la Casa Blanca de un xenófobo y misógino
empresario, engreído y bruto; la crisis en todo su esplendor, el dólar en las
nubes, la pobreza crispante; sin embargo, para fortuna de las masas todo esto
comienza a ser paliado con el aroma consumista navideño, que permea el ambiente
con la idea de grandeza al poseer esto o lo otro; que engaña para vender y
vende panaceas, así como falsifica la realidad con sus medios masivos de información,
y que buscará, a toda costa, minimizar la pérdida de un hombre cabal, diferente,
de un ciudadano del mundo libre que se opuso a la embestida capitalista, que
demostró que, aun en la pobreza se puede educar a un pueblo, proteger su salud,
hacerlo sobresalir en los deportes, en la cultura, y en un listado interminable
de condiciones que han hecho de Cuba ejemplo de dignidad y entereza (a pesar de
la oposición de cubanos radicales de Miami, hoy, casi todos ellos, hijos de políticos
ricos a costa de la pobreza del pueblo, terratenientes esclavistas y
empresarios corrompidos, coludidos con la prostitución y el vicio ejercidos en
la impunidad del régimen Batista, pero que fungía muy bien para divertimento
del gringo mafioso, perverso e indolente, así como también de la oposición de
aquellos que pululan por el mundo, que niegan y olvidaron su formación y
principios mamados del sistema educativo cubano y hoy denostan, señalan y
denigran, pues anhelan alcanzar el sueño americano como única alternativa de su
vida complaciente). Hoy a pesar de todo esto (y todos), Cuba está de luto por
la muerte de Fidel Castro Ruz, y el mundo, aunque algunos no quieran aceptarlo,
lo lamenta también. No es para menos. El planeta en manos de la enajenación consumista,
la esterilidad de pensamiento, la educación viciada, la salud condicionada por transnacionales
farmacéuticas, la contaminación sin sentido, la política a cargo de ignorantes
y rateros, las calles atestadas de desempleados, de migrantes mendigando un pan,
de salarios infames, del narcotráfico en todo su esplendor y la drogadicción -en
consecuencia- desparramada por todos los entramados sociales; de la
negligencia, la desidia, la ineptitud, la estupidez, el importamadrismo, la
barbarie en todo su esplendor y sin líderes que puedan esperanzarnos por una
vida digna, por la expectativa de poder vivir en la justicia, por la posibilidad
de vivir en la equidad, la tolerancia y la empatía. Eso duele, aunque algunos pendejos
aún no se den cuenta.
Roberto
Rosique
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