- Arte femenino o feminista,
- a propósito de la exposición colectiva: En sus propias palabras
(Para
Juanita Valdez y Jacqueline Barajas)
Por Roberto
Rosique
Hoy no es sorpresa aceptar que el
arte está condicionado por una visión determinada del mundo, por la ideología
que lo sostiene y el sexo que detenta el poder del saber, de ahí que tampoco
resulte extraña la absurda división entre razas, sexo y religión; el arte ha
sido el muestrario más claro en el que podemos corroborar tales premisas y
quizá sea también el ejemplo más preciso del papel que se le ha otorgado a la
mujer en la historia.
Igualmente nos queda
claro que la cultura falocéntrica ha sido la causante del desplazamiento de la
mujer en el arte a lo largo y ancho de su dilatado transitar, desplazamiento que
se bifurca en dos direcciones, las más común o conocida ha sido el endilgado papel
protagónico de musa, que como un cliché sexista las objetualiza y reduce a la
castrante mirada viril y es, me atrevo a aseverar, el ejemplo más
representativo en la aventura del arte formalista (y gran parte del arte
actual), y la segunda, la mujer como sujeto creador, que se asoma tímidamente
en la historia de las artes plásticas, no por escasez creativa, sino porque su
capacidad de emparentarse con cualquier obra etiquetada de Maestra resultaba
incómodo y comprometedor reconocer; por ahí podemos encontrar desbalagados
algunos nombres, hoy ya emblemáticos: Artemisa Gentileschi, Sofonisba
Anguissol, Vigée-Lebrun, Judith Leyster, Mary Cassat, Berthe Morisot, Helen Chadwick, Sonia
Delaunay, Leonora
Carrington, Frida Kahlo, Helen Frankenthaler y
tantas más; a los que
se sumarán un número importante surgido de los movimientos emancipatorios
femeninos de mediado del siglo pasado: Miriam Shapiro, Judy Chicago, Valérie Jaudon, Tony Robbin, y los numerosos grupos activistas, volcadas a hacer un arte político,
hecho por mujeres, sobre las mujeres y su situación social.
Hasta aquí, si bien las
creadoras no eran numéricamente significativas y constituían una excepción, será a partir
de este periodo que comienza la construcción de una historia paralela con el
arte erigido por el hombre; una labor, además, visibilizada por los esplendidos
textos críticos de Lucie Lippard, Rosalin Krauss, Eli Bartra, Whitney Chadwick,
Linda Nochlin, Patricia Mayayo, entre otras plumas también importantes.
El listado
de mujeres ocupando curules significativos en el arte de hoy se hace
interminable, quienes no dejan de luchar con esta cultura sexista y nos
recuerdan constantemente que
no hay arte neutro, inocente ni apolítico.
En sus propias palabras, es el título de la muestra colectiva ejemplificada
por veintiún artistas mexicalenses, en la que destaca la figura señera de Ruth
Hernández, Maricela Alvarado y Odette Barajas, y donde se extrañan los
volúmenes geométricos y las formas híbridas de Juanita Valdez, así como la voz
dramática y contundente de Jaqueline Barajas; se suman a ellas un listado
importante de creadoras: Aida Corral, Alejandrina Núñez, Carmen Monjaraz, Edna
Avalos, Gabriela Badilla, Gabriela Buenrostro, Jocelyn Jota, Karina Venegas,
Karla Paulina Sánchez, Marisol Valdez, Martha Elena G. (Paulette), Nicolasa
Ruiz, Norma Campos, Patricia Medellín, Paulina Jumilla, Roxana Gómez, Virinia
Lizardi, Volts, aunque desconocidas para mí, la fuerza de su producción habla
de su largo recorrido por estos entramados artísticos.
Un muestrario en cuyo título lleva
implícita la dedicatoria y su condición femenina, tal como se indica también en
su texto de presentación: “… reflejan una
postura personal […] y que a su modo
defienden su lugar”, y deja entrever con cierta timidez el accionar
feminista “Su arte es este que sin aspavientos hace énfasis en algo
que debemos recordar y defender, el derecho de todo ser a pensar, a decir, a
crear”. Un espíritu que puede
leerse en cada una de las obras expuestas, cuyo compromiso feminista no se
asume con la fuerza requerida; no obstante que en la invitación da
cuenta o hace suponer una exposición con estas características y no es para
menos conjeturarlo cuando en el plano primero encontramos la figura sesentera
de una joven mujer trabajadora del hogar, (a decir por la pañoleta que cubre su
cabello); obrera por el atuendo (la camisa proletaria), mostrando amenazante su
fuerza con el puño cerrado, dejando ver intencionadamente en la cara frontal
del antebrazo derecho su tatuaje icónico del poder femenino (símbolo alemán de
los setenta), que si bien es una imagen en la que modifican el texto original “We can do it!” por iconos lingüísticos,
no deja de reflejar la condición discriminatoria y separatista que tanto ha
cuestionado del machismo.
Una imagen, desde mi apreciación, poco
afortunada en ese sentido, pues hace olvidar que el feminismo planteado por
mujeres que, tras analizar la realidad vivida y tomar consciencia de la
discriminaciones que sufren por la única razón de ser mujeres y deciden acabar
con ella, dejan claro que hombres y mujeres son iguales en derechos y
libertades; que a diferencia del machismo prejuicioso basado en la falsa
creencia que el hombre es superior a la mujer, éste es soberanamente
discriminatorio.
Una muestra ecléctica y heterogénea
que da cuenta de la plástica formalista, en este caso con pinturas, gráfica y
fotografía de hechuras y formatos diversos, con ciertos acercamientos a lo
objetual a través de piezas tridimensionales intimistas y algunos escarceos
instalacionistas donde el eje de lo conceptual se hace evidente.
Me parece que es pertinente celebrarla
en la medida que hacen presencia en esta cultura
misogina que de una u otra forma ha contribuido al aislamiento de la artista;
porque reclaman sus derechos y exigen respeto con su producción personal; por
el hecho de asumir un espíritu colaboracionista intergeneracional, que eso es
ya mucho decir en esta sociedad sectaria. Sin embargo creo que el reto quedó
reducido a intento con este muestrario de objetos artísticos que en su
inmediatez con el gusto se diluyó lo contestatario que le daría dirección y
sentido, y donde los pequeños formatos parecen recalcar el cliché cansino de
que femenino es equivalente a exquisitez, delicadeza, pequeñez y se perdió la
oportunidad de mostrarse sin caretas con obras, porque no, explosivas que den
fe del enorme potencial creativo de la mujer; que no aprovecharon el desafío de
los grandes formatos, lo voluminoso y espacial de la escultura y la instalación,
que aun cuando tampoco es indispensable sí son recursos valiosos para mostrar
su discurso a plenitud, para hablar cara a cara con la sociedad y decirle de
qué está hecho lo femenino y del porqué lo absurdo de su estúpido reduccionismo
a segundo término.
Las voces están ahí, en sus
propias palabras, diversas, animadas en su intimidad, mostrando sus
cualidades, pero las encontré, en su reducido espacio expositivo, apagadas,
casi un murmullo de lo que implica su justo y necesario reclamo.
Finalmente
diría que fue un buen ensayo del que saldrán seguramente otras propuestas y nos
darán la oportunidad ver esa otra cara, realmente cansada de los estereotipos,
de las conductas complacientes y frívolas con las que frecuentemente
caracterizan a la mujer, esa otra faceta de su realidad creativa y que ya no es
posible invisibilizar.
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