Empeño y paciencia,
la argamasa que da forma a la cerámica de Salvador Magaña
por Roberto
Rosique
A
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rtista y obra, reflejo del contexto
y de su propia personalidad. Aun cuando esto suena claro, no siempre
encontramos estos términos en perfecto acuerdo, en analogía inseparable; no
suele ser fácil, pues requiere para ello de actitud, templanza, honestidad,
amor a la vida y a todo aquel que lo rodea. Con esta analogía iniciare mis
comentarios sobre la obra de un creador fundamental bajacaliforniano: Salvador
Magaña
Nace en Tamazula, Jalisco hace
más de siete décadas, llega a estas tierras en los ochentas, se instala, forma
una familia junto con Evangelina, distribuye su tiempo en la enseñanza y
produce.
Forjador de una línea creativa
poco explorada en el medio, sienta las bases, contribuye en la formación de
futuros creadores, hoy algunos ya connotados y bien podemos decir que hoy es un
digno representante de la cerámica y la escultura
en la región.
La cerámica aun cuando es un
componente esencial de la biografía cultural del país es una actividad casi en
el olvido (por lo menos en estas latitudes), no por esto sin representantes
generadores de propuestas originales, todas ellas realizadas bajo esa alquimia
milenaria (tierra, aire y fuego) y un componente contemporáneo (su diseño),
donde se remarcan diferencias y acentúan su singularidad.
A pesar de lo categórico en las
propuestas, lo escueto de su reconocimiento y la participación limitada a unos
cuantos artistas, esta disciplina va encontrando un espacio de reconocimiento
que hallarán eco en las estilizaciones de terracota propuestas por Salvador
Magaña, los diseños de Josefina Pedrín,
las propuestas katery Monica García y las formulaciones frescas de Lourdes
Huerta, que en suma contribuirán en la ocupación de un espacio significativo en
el medio.
En cuanto al espléndido trabajo
de Salvador Magaña,
encuentro factible categorizarlo en tres grandes
propuestas y no empleo el término periodos pues considero que son trabajos que
se entrelazan en el tiempo; sin embargo se pueden definir perfectamente sus
abordajes. Podría decir que el inicio de sus preocupaciones tridimensionales (de sus propuestas) está estrechamente
relacionadas con sus orígenes, las actividades del campo, con el contacto
afable entre naturaleza e individuo, y por supuesto, entre los animales y el hombre.
De esta vasta producción que
encontramos, además, enlazando toda su vida productiva, sus preocupaciones tridimensionales
arraigadas en la cerámica, las hace manifiestas en la sencillez de sus temas
(aves, mamíferos, reptiles, batracios, entre otros.) resueltos con particular
estilización, realzando, más alla del remedo, las características que poseen. Simplificando,
elongando o haciendo más sutiles las partes corpóreas, dotando a cada pieza de temperamento
propio.
De esta labor minuciosa decantada
en la paciencia que caracteriza a Salvador, emergen esta pléyade de figuras y
tocan los sentidos, convidan a entender y a respetar la vida no importa en
quien se represente. El arte aquí, en su sencillez nos muestra la perfección y
esplendor de la naturaleza.
En su segundo abordaje, es posible
ver como la esencia de la estilización lo lleva a la búsqueda de formas que se
regodean en las insinuaciones, que en el juego de las líneas, la sutileza de
nuevo disfraza la fuerza inusitada de las curvas. Obras que descansan en
complejos laberintos creados con listones de terracota, los que entrelaza
formando ondulaciones, cuyos planos superiores cambian al girar y en un
movimiento continuo, en la siguiente vuelta, se vuelven inferiores y así at infinitum (tal como una cinta de
Moebius). Piezas que en su serpenteo se oponen a lo estático, marcan un ritmo y
logran volúmenes de inusitada exquisitez.
Otras más, en las que el volumen,
asentado en cuerpos esféricos hacen imposible desligarlas del recuerdo de la
exquisitez que Brancusi le otorgara a las formas y que en alusión a su trabajo
este escultor declaraba que la simplicidad es compleja en sí misma, afirmación
que encuentro, además, como una feliz concordancia entre autores y
particularmente estas obras.
Y un tercer abordaje, en el que
la experiencia del volumen parece exigirle a Magaña un receso y aflora asi el
escultor que emplea el metal otorgándole un trato bidimensional. Placas de
hierro en las que sutilmente dibuja (como en una hoja de papel) estilizadas
imágenes zoomórficas, un tanto oponiéndose al convencional volumen que se busca
con el uso del metal, restándole tridimensionalidad, provocando cierta
ambigüedad a la mirada acostumbrada al espesor.
Un artista que hace ver en el
arte de la fusión, del desbaste y modelado en el cemento, en el corte de las
laminas de metal, la necesidad de voltear hacia las tradiciones, para
retomarlas, no por nostalgia, sino por su intrínseco valor de expresión humana,
que merece seguirse recorriendo, que dadas sus particularidades y la
factibilidad de alianzas con otras disciplinas garantizan su vigencia en esta
baraúnda de voces que en su complejidad dan forma al arte actual.