A
propósito de acuerdos, canonjías y amnesia
(Aderezos para una Navidad negra)
Por Roberto ROSIQUE
Sé que es molesto, engorroso, difícil
y aparentemente tonto, quejarse, quejarse, quejarse y no hacer nada al
respecto; sin embargo cuando la toma de decisiones fueron hechas por altos
mandos, donde no tienes ningún acceso y por lógica ni hacer valer tu voz, no
queda más remedio que gimotear y aunque esto es un banal consuelo al parecer a
los residentes de esta pobre nación (que no, nación pobre) no nos queda de
otra.
El sesgo inadmisible e inaudito
que nuestra historia patria ha tomado con la desmembrada constitucional al
modificar artículos que volvían intocable (por extranjeros) las riquezas del
subsuelo, creados ex profeso de la
nacionalización del petróleo por Lázaro Cárdenas y sostenido con el sacrificio
del pueblo, quien reunió sus centavos para colaborar con el pago de la deuda
internacional que tal acción contraía, un acto simbólico si se quiere, pero de
enorme e invaluable fuerza moral, la que por cierto jamás ha vuelto a
igualarse; hoy todo ello es cosa del pasado.
De nueva cuenta la historia se
repite, los ladinos en el poder (que por más de 70 años lo habían secuestrado)
hacen de la suya y se suman a ellos, la incondicionalidad de un PAN mortecino,
incompetente, mocho y penoso, y la corrupción de una izquierda endeble,
marrullera y siniestra (con sus enormes excepciones: nuestro exgobernador,
Ernesto Ruffo Appel y el también senador panista, Javier Corral Jurado; Manuel
Andrés López Obrador y algunos petistas). Alianzas perversas (PRI y compañía) moduladas
por el dinero, sin un ápice de escrúpulos y principio alguno, venden la poca
dignidad que preservaba el país y sin eco al reproche que hacen Ruffo, Corral y
López Obrador, la amnesia mexicana les aliviará su culpabilidad y es posible
que terminen vitoreados y sus bustos en rotondas cual hombre ilustres como las
que acicalan los jardines del Palacio Municipal tijuanense (que tienen de ilustres
lo que Juárez de cristiano).
El pueblo no decide, jamás lo ha
hecho, lo hacen la oligarquía (una palabra engorrosa y molesta), los medios masivos
de comunicación (Televisa, TV Azteca, la prensa vendida) y los sermones
clericales con sus respectivos castigos celestiales. El pueblo es la comparsa que
acepta sin chistar, adormecida por comerciales balines, tan estúpidos como
efectivos, por la información de noticieros tendenciosos y embaucadores, por programas
imbéciles, telenovelas melosas, el box pusilánime, el futbol mediocre, las
películas de Cantinflas, Pedro Infante y todo churro mexicano que aletargue para
mantenerlo en una somnolencia perpetua, de tal forma que ante decisiones
relevantes para el bien de la nación, éste no se dé por enterado y sigan resignados
que su oscurantismo y pobreza es sin más por mala suerte, pero ello sí, enteramente
convencido que la solución para esos males sólo encontrará remedio orando (para
muestra la millonaria caravana de fieles en pos de la bendición guadalupana, mientras
que apenas unos cientos mexicanos se oponía en las calles a la más brutal de
las canalladas perpetradas por el PRI y sus incondicionales). El circo les
funciona y les funciona muy bien.
La historia nos demandará esta
apatía, por no haber defendido, ni siquiera entendido los enormes alcances de
un acto patriótico como lo fue el del 18 de Marzo de 1938, que no supimos
capitalizar para el bien nacional y que hoy cambiamos, por los ofrecimientos
dadivosos que anuncia la televisora deshonesta, como en el pasado
indígena-español, en oro por espejos.
Pueblo
amnésico que ni siquiera recuerda que de diciembre del 2006 a noviembre de 2012 ─el sexenio de Felipe
Calderón─ fue un periodo en el que “imperó el luto, el dolor e incluso el
terror en amplios sectores sociales debido a las miles de personas asesinadas,
desaparecidas, desplazadas, exiliadas, torturadas, extorsionadas, víctimas
directas o indirectas de la violencia”, tal como informó el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro
Juárez, dejando la escalofriante cifra de 60 a 90 mil víctimas; pero que para
consuelo de los calderonistas, en palabras de
Ernesto López Portillo Vargas, director del Instituto para la Seguridad y la
Democracia (Insyde), "de mantenerse el ritmo de muertes violentas
registradas en el gobierno de Enrique Peña Nieto, al término de su gestión la
cifra podría superar casi en 50% las reportadas durante el sexenio de Felipe
Calderón"; pero eso sí, con menos maloras en las calles y los que quedan
ocupando curules y gobernando con el dedo mágico de la corrupción.
Con esta brutal realidad a cuesta podríamos suponer que
olvidamos lo sucedido hace 74 años, pero no es así, nuestra condición
indiferente, nuestra indolencia e importamadrismo alimentado por la ignorancia
y la desidia, son la argamasa con la que hemos construido esta nación y esto lo
saben perfectamente los perpetradores del poder y hacen de los derechos y la
justicia lo que le venga en gana.
Esta es la triste realidad de un
México ignorante y conformista, que no es tan tonto como parece, pues ocupa el
lugar 48 entre 65 países o economías evaluadas con el Programa para la Evaluación
Internacional de los Estudiantes (PISA) por encima de Argentina
y Kirguistán y hemos mejorado pues ocupamos, en el Índice de Percepción de la
Corrupción según Transparencia Internacional, la posición 105 junto con países
como Algeria, Armenia, Bolivia, Gambia, Kosovo, Mali y Filipinas; pero eso sí,
estamos orgullosos de nuestros alcances futboleros y veremos competir en el
mundial brasileño a la selección nacional de televisa fomentando un
patrioterismo asombroso y cínico.
Una Navidad negra nos espera, y
un año, que sólo el adjetivo tiene de nuevo, pues las huestes emanadas de la
revolución frustrada siguen siendo ─igual que en el pasado─ los de la última
palabra, que pregona un futuro plagado de ofrecimientos, mentiras y
sinvergüenzadas.
Que la Nochebuena les sea feliz
si pueden y que el año venidero lo iniciemos colmado de paciencia y adormilados
para no enojarnos al ver el botín nacional repartido en unos cuantos y ver diluirse
esta nación en manos extranjeras.