Si hay algo que celebrar en este bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución, es lo sucedido con la decisión tomada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación al homologar los derechos universales que por naturaleza poseemos, la libertad de decidir sobre nuestras vidas, de compartirla con quien mejor nos plazca, de tener, adoptar, criar y educar niños como mejor sabemos a hacerlo) con amor, dedicación y entrega, sin importar sexo, raza ni religión. Decisión con la que por primera vez en la larga vida de la Corte Suprema se gana el derecho de existir.
Eso es lo que debemos esperar en el futuro, decisiones congruentes con la realidad que vivimos, no importa que no sea del agrado de religiosos salerosos y mojigatos, no importa que el cardenal Iñiguez se contraponga insulte y mienta, (la ignorancia es la peor arma de un imbécil porque no sabe que cuando la practica le rompe la madre a todo) No hay un solo miembro del episcopado católico, ni un sacerdote raso que tenga el derecho de poner ejemplos de moral, ellos han sido los más grandes pervertidores de infantes en la historia del hombre. La historia no miente, ellos sí.
Si existe algún motivo para celebrar y para gritar el próximo 15 de septiembre, será por este logro.
¡ViVa México!
y como dirían en mi pueblo:
Y que chinguen su madre los curas
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