Una reflexión del Dialogo y la Tolerancia partiendo del libro Los valores en la educación de
Pedro Ortega Ruiz y Ramón Mínguez Vallejo
Por Roberto Rosique
En el libro Los valores de la educación de Ortega Ruiz y Mínguez Vallejos (2001) existen dos capítulos dedicados al diálogo y a la tolerancia, respectivamente, que si bien son analizados por separado, es indispensable aceptar que resultan elementos fundamentales e intrínsecos para lograr la convivencia; de ahí su preeminencia. (No obstante la desvalorización de los términos por el uso continuo y demagógico de políticos, gobernantes y jerarcas religiosos en sus declaratorias para justificar su parcialidad e incompetencia).
La historia de la humanidad está plagada de sucesos bélicos provocados por mil razones que no analizaremos aquí, pero que ─en términos muy simples─ fueron el resultado de la ausencia del diálogo. Ortega y Mínguez, con una serie de ejemplos de sucesos cruentos nos plantean justamente esa necesidad del diálogo, que permita desechar el monólogo y todas las formas de exclusivismos: culturales, religiosos, económicos, raciales, etcétera. Un diálogo que lleve al encuentro con el otro, con su persona y toda su realidad; en ese sentido el diálogo es humildad para aceptar al otro como yo sin cortapisas, de ahí lo indispensable del mismo.
En su intento por esclarecer el concepto los autores van más allá de la definición rígida del diccionario y procuran precisarlo desde parámetros más amplios e incluyentes: desde el reconocimiento de la igual legitimidad de los interlocutores y la voluntad de comprender y respetar las diferencias, como reconocimiento de la dignidad del otro, como depositario de confianza, reciprocidad y comunión; como mutuo reconocimiento y confianza reciproca; como reconocimiento del otro en su irrenunciable alteridad y diferencia (Duch, 1997); etcétera. Vemos como en su diversidad, el diálogo nos lleva al respeto, la comprensión e inevitablemente a la aceptación del otro sin condiciones.
Ortega y Mínguez en su procuraciٕٕón por fundamentar el diálogo, revisan diversos autores (Ortega y Gasset, Buber, Zubiri, Díaz, etc.) cuyo conjunto de reflexiones nos permiten redimensionar los alcances del diálogo más allá de ser el medio para la obtención de resultados de índole diversos. De ahí que los autores lo propongan como un valor en sí mismo, sin negar su carácter pragmático.
Aprender es una condición indispensable para evolucionar, no nacemos enseñados, escriben los autores, por lo tanto se tiene que aprender también a dialogar y para ello resultan necesarias algunas actitudes; Ortega y Mínguez enumeran algunas: la actitud de respeto, la búsqueda de la verdad, la no imposición de nuestra verdad, el reconocimiento de la igual dignidad del otro, etcétera. Al igual se requiere de ciertas habilidades, de éstas mencionan la capacidad de empatía y de autocontrol como elementos sustanciales en una comunicación dialógica.
Ortega y Mínguez cuando abordan el tema de diálogo y educación, afirman que no necesariamente educamos cundo transmitimos saberes, ni educamos cuando imponemos nuestro sistema particular de valores; educar, nos dicen aludiendo a Peters (1969), “implica comprometerse en la utilización de procedimientos legitimados por la moral”. La relación educativa no es una relación de poder, de reconocimiento y afirmación del uno con el otro, de ahí entonces que la educación exija el diálogo. Es el humus nos dicen los autores, curiosamente ese humus que nos ponen como ejemplo de fértil, de nutriente, es el componente etimológico de la palabra humildad (del latín humilitas, abajarse; de humus: tierra) y es a la vez (la humildad) como anoté con anterioridad, sustancia, en tanto que condición ineludible del diálogo. No obstante, en una sociedad plural o ”democrática” como la nuestra, donde las acciones intolerantes, antisociales, discriminatorias, etcétera, etcétera, las encontramos a la par del día; la guía, el cuidado y el acompañamiento, a través del diálogo, insisten los autores, se hacen imprescindibles.
El humano es un ser en evolución constante. Su desarrollo no sólo es cronológico, sino que evoluciona en pensamiento, capacidad de conocer, de aprender, de sentir, de expresarse, de comunicarse y de adaptar su entorno a sus necesidades inmediatas; es por tanto un ser que vive permanentemente en un proceso de cambio. Es un ser social que no puede por tanto vivir aislado de los demás, que requiere de la comunicación, del diálogo, para un desarrollo armónico y compartido. La tolerancia es otro componente insustituible para que este desarrollo se dé y sea, a la vez, una norma de la convivencia. Confirmamos entonces, que ésta es, como bien dicen los autores, una demanda social.
La historia registra conflictos y enfrentamientos provocados por convicciones encontradas sobre lo que es bueno y verdadero escriben Ortega y Mínguez en el capítulo dedicado a la Tolerancia, a pesar de los avances tecnológicos y científicos no ha sido posible hacer de ésta un modelo de la coexistencia; de ahí entonces que la educación para la tolerancia constituya una de las exigencias de la actual realidad social.
Si aceptamos la tolerancia como un valor tal, tendremos por tanto que aprenderla, lo que exige crear condiciones para que se dé dicho aprendizaje. Estrategias, afirman los autores, que respondan a los hechos diferenciales ideológicos-culturales e incorporen, además, los elementos comunes que configuren nuestra sociedad.
El concepto de tolerancia ─como tal─ nacido de las entrañas de la Reforma, según los autores; no podemos dejar en el tintero que es un valor aprendido desde los orígenes más remotos del hombre, creencia que ha contribuido a la evolución del mismo. La constante necesidad de entendernos nos lleva a clarificar los conceptos y a ampliarlos en un afán de su justificación; esto ha sucedido con el concepto de tolerancia, del cual Ortega y Mínguez nos ofrecen una larga lista de interpretaciones a partir su sentido político, religioso, filosófico-científico y social y desde la óptica de autores diversos como: Ibañez-Martín, Rokeach, Panikkar y sus propias interpretaciones, quienes han ampliado el rígido concepto del diccionario y nos muestran un amplio abanico que expresa más que (únicamente) respetar las ideas, creencia o prácticas de los otros. En esa pretensión la tolerancia significa, para ellos, respetar y defender el derecho a la libre expresión, el respeto a los valores humanos, la aceptación y acogida ─sin concesión gratuita─ de otro diferente, con sus creencias, cultura o prácticas.
En el apartado 3. Las raíces de la tolerancia, los autores nos explican que acercarse a las bases de la tolerancia es descubrir la dimensión moral en nuestras relaciones con los demás y al igual que en el apartado anterior, revisan una serie de reflexiones en las que el hombre o el filosofo (Ortega y Gasset, Kant, Levinas, Habermas, Steiner, etc.) ha intentado responderse los alcances de la tolerancia; paradójicamente y a pesar de ello, los actos brutales que estigmatizan la historia dan cuenta de nuestra intolerancia. Cabría entonces aquí decir, que no son suficientes las reflexiones, los logros por ampliar sus márgenes de entendimiento, si estos no se ponen a la práctica, si con hechos no demostramos que realmente la entendemos, la comprendemos y ambicionamos.
En cuanto a los límites de la tolerancia, Ortega y Mínguez coinciden con otros autores (Popper, S. Mill, Camps) en que los límites deben estar en los derechos humanos, en el incumplimiento o abuso que lesionen a éstos e impidan el ejercicio de la libertad de manifestar nuestras propias ideas, creencias y modos de vida. De igual manera nos dicen que no se puede tolerar aquellas ideas y formas de vida que degradan la condición humana, curiosamente una lógica que no siempre se aplica.
La tolerancia, al igual que el diálogo, no podemos concebirlos separados de la educación, más en estos tiempos (lo que no significa que no fuese necesario también en el pasado) en que los progresos técnicos y científicos no han sido suficientes para soterrar el odio, el rechazo a las diferencias culturales, religiosas, étnicas, políticas, etcétera. La condición misma de aceptar la tolerancia como un valor que debemos aprender y el reconocer que nuestras vidas se encuentran envueltas en conflictos, hacen de la educación para la tolerancia un rubro indispensable en la formación del individuo. Por tanto la acción educativa debe recaer en la aceptación y acogida del otro diferente; únicamente así, entenderíamos la educación en la tolerancia. No ─afirman los autores─ desde una comprensión intelectual de las diferencias sino como un hacerse cargo del otro diferente. Acciones que deberán rebasar el discurso para que con el ejemplo concreto se apuntale el valor. Escámez (1995) citado en el libro por Ortega y Mínguez, propone acciones que podrían tomarse en consideración para la estructuración de un programa de educación para la tolerancia (1.Promoción de un pensamiento acrítico, 2. Promoción de un clima democrático en la escuela. 3. Promoción de un diálogo. 4. Promoción del conocimiento sobre lo que tenemos en común con cualesquiera otras personas. 5. Promoción del compromiso y la cooperación con los demás y 6. Promoción de comportamientos tolerantes). Acciones todas que conllevan el respeto y la aceptación de las diferencias del otro sin condiciones, que requieren de la empatía, la comunicación y sobre todo del convencimiento de su importancia y de la necesidad de ella (la tolerancia).
Estos dos capítulos en que los autores analizan el diálogo y la tolerancia en un contexto general, pero sobre todo desde su importancia por incluirlos dentro de la educación en valores y la forma en cómo lo justifican; nos brindan la oportunidad de comprenderlos y apreciarlos por los alcances posibles que implica el transmitirlos y transformarlos en hechos reales, más aún si lo vemos como un camino indefectible para la convivencia y que si bien ésta podemos verla como un insumo social que se adquiere, se transforma o modifica dependiendo del contexto en el cual se interactúa, es un requisito indispensable para que la sociedad pueda existir y sus integrantes puedan interactuar en armonía y tranquilidad.
Referencias:
_ Duch, Luis (1997). La educación y la crisis de la modernidad, Barcelona, Paidós
_ Escámez, J. (1995). Los valores en la pedagogía de la intervención, en AA: VV. Tecnología educativa (Barcelona, Ceac).
_ Peters, R. S. (1969) El concepto de educación. Paidós, Buenos Aires.
_Ortega Ruiz, P y Mínguez Vallejos, R. (2001) Los valores en la educación, Ariel Educación. Barcelona.