Cambio, palabra redentora en la escultura
Para Juanita que ha labrado su vida
c omo su propia escultura, con paciencia y voluntad.
El arte en su eterna permuta, una justificación inexorable. De ahí sus valores contundentes, su inagotable poder de inducir reflexiones, su vigencia y fortaleza. Un arte estático adormece y se añeja en su insolvencia; de ahí también el compromiso de cambio que habrá de asumirse cuando nuestra responsabilidad sea crear.
Veo la obra escultórica de Juanita Valdéz (El Pozo, Sin., 1937) circular por esos derroteros de exploraciones constantes. Creando con pasos mesurados y firmes, sin tantas gesticulaciones, en una enorme congruencia con su presencia silente, que se distingue en un medio ensordecedor de protagonismos, veo su trabajo transitar en las indagatorias y en ello finco sus logros y la llegada de atrasados reconocimientos.
Si bien la abstracción es la lectura inmediata a que llegamos al enfrentarnos a la mayor parte de la obra escultórica realizada por Juanita Valdéz, se distinguen —perfectamente definidas— tres etapas en el desarrollo de las mismas, marcadas, por un lado, esencialmente, por el material y por otro, en la manera de encarar el volumen. En sus ejercicios tridimensionales de las etapas iniciales, donde empleó la terracota, seguida ésta del cemento y la marmolina, se advierte, con entera claridad, sus preocupaciones por la forma. Esculturas que nacen en torno a un núcleo de masa sólida, para después diversificar su morfología hacia sugerencias orgánicas, en la cual sus caracteres naturales se funden con la abstracción vitalista. No obstante sus formatos pequeños, Juanita logra un equilibrio entre masa y vacío, espacio y volumen interior, equilibrio que no impide rememorar el biomorfismo de Arp, que para bien de la escultura representativa, éste autor libera a la forma de la academia para dar paso a las contorneadas líneas de la naturaleza, analogía sorprendente que encuentro con la obra de ésta escultora bajacaliforniana, en donde sus volúmenes sugerentes, sobrados de contornos ondulantes se sobreponen a lo evidente.
Una etapa posterior muestra en la artista su vocación constructivista, en el estricto sentido geométrico y empleando el metal, particularmente las láminas de metal plegado, consumadas con una delicada patina de frió esmalte automotriz, utiliza la analítica del volumen (en este caso del plano) como sustento estructural. Liberarse del espesor parece ser la consigna, explorar los planos de los valores euclidianos y reducirlos a un juego de equilibrios es la razón, logra con éstas obras interesantes ordenaciones minimalistas en donde el discurso, si es que lo hubiese, queda soterrado ante el regodeo de las formas.
Una etapa tercera aprecio en las indagaciones escultóricas de Juanita Valdéz, en la cual, sumergida aún en la abstracción, se apropia de objetos destinados a otras funciones (industriales) y después de una observación pertinaz, localiza sus valores estéticos, los ensambla y conforma de nueva cuenta volúmenes que resignificados nos oferta sensuales obras desprovistas del compromiso del querer decir y como paradoja, enormemente sugerentes de lecturas y significados múltiples. Ese juego de libertades (en la estructuración de las obras a base de elementos cualquiera) permisibles hoy en la escultura, si es que aún podemos designarla de esa manera, seguramente dará motivos suficientes para que la artista continúe sus exploraciones tridimensionales.
Si bien la grandeza de una obra no estriba en el tratamiento del tamaño, éstas pequeñas esculturas de Juanita, estabilizadas por su riqueza interior y exterior, invitan a ser exploradas en otros formatos, en donde seguro estoy, seguirían guardando ese equilibrio que las singulariza, pero, ante la vastedad de las mismas, nos entregaríamos a nuevos parámetros de apreciación y disfrute.
Juanita ha buscado ser congruente con los tiempos de cambios vertiginosos que le ha tocado vivir y tal vez, la celeridad del mismo le ha impedido llevar su mismo ritmo, aún así, su obra refleja esa coherencia, que además, ratifica su valía; es menester por tanto, reconocerlo y tenerla como ejemplo de ese compromiso de permuta persistente que exige el arte de nuestro tiempo.
Roberto RosiqueTijuana, B. C. Marzo, 2007.
Para Juanita que ha labrado su vida
c omo su propia escultura, con paciencia y voluntad.
El arte en su eterna permuta, una justificación inexorable. De ahí sus valores contundentes, su inagotable poder de inducir reflexiones, su vigencia y fortaleza. Un arte estático adormece y se añeja en su insolvencia; de ahí también el compromiso de cambio que habrá de asumirse cuando nuestra responsabilidad sea crear.
Veo la obra escultórica de Juanita Valdéz (El Pozo, Sin., 1937) circular por esos derroteros de exploraciones constantes. Creando con pasos mesurados y firmes, sin tantas gesticulaciones, en una enorme congruencia con su presencia silente, que se distingue en un medio ensordecedor de protagonismos, veo su trabajo transitar en las indagatorias y en ello finco sus logros y la llegada de atrasados reconocimientos.
Si bien la abstracción es la lectura inmediata a que llegamos al enfrentarnos a la mayor parte de la obra escultórica realizada por Juanita Valdéz, se distinguen —perfectamente definidas— tres etapas en el desarrollo de las mismas, marcadas, por un lado, esencialmente, por el material y por otro, en la manera de encarar el volumen. En sus ejercicios tridimensionales de las etapas iniciales, donde empleó la terracota, seguida ésta del cemento y la marmolina, se advierte, con entera claridad, sus preocupaciones por la forma. Esculturas que nacen en torno a un núcleo de masa sólida, para después diversificar su morfología hacia sugerencias orgánicas, en la cual sus caracteres naturales se funden con la abstracción vitalista. No obstante sus formatos pequeños, Juanita logra un equilibrio entre masa y vacío, espacio y volumen interior, equilibrio que no impide rememorar el biomorfismo de Arp, que para bien de la escultura representativa, éste autor libera a la forma de la academia para dar paso a las contorneadas líneas de la naturaleza, analogía sorprendente que encuentro con la obra de ésta escultora bajacaliforniana, en donde sus volúmenes sugerentes, sobrados de contornos ondulantes se sobreponen a lo evidente.
Una etapa posterior muestra en la artista su vocación constructivista, en el estricto sentido geométrico y empleando el metal, particularmente las láminas de metal plegado, consumadas con una delicada patina de frió esmalte automotriz, utiliza la analítica del volumen (en este caso del plano) como sustento estructural. Liberarse del espesor parece ser la consigna, explorar los planos de los valores euclidianos y reducirlos a un juego de equilibrios es la razón, logra con éstas obras interesantes ordenaciones minimalistas en donde el discurso, si es que lo hubiese, queda soterrado ante el regodeo de las formas.
Una etapa tercera aprecio en las indagaciones escultóricas de Juanita Valdéz, en la cual, sumergida aún en la abstracción, se apropia de objetos destinados a otras funciones (industriales) y después de una observación pertinaz, localiza sus valores estéticos, los ensambla y conforma de nueva cuenta volúmenes que resignificados nos oferta sensuales obras desprovistas del compromiso del querer decir y como paradoja, enormemente sugerentes de lecturas y significados múltiples. Ese juego de libertades (en la estructuración de las obras a base de elementos cualquiera) permisibles hoy en la escultura, si es que aún podemos designarla de esa manera, seguramente dará motivos suficientes para que la artista continúe sus exploraciones tridimensionales.
Si bien la grandeza de una obra no estriba en el tratamiento del tamaño, éstas pequeñas esculturas de Juanita, estabilizadas por su riqueza interior y exterior, invitan a ser exploradas en otros formatos, en donde seguro estoy, seguirían guardando ese equilibrio que las singulariza, pero, ante la vastedad de las mismas, nos entregaríamos a nuevos parámetros de apreciación y disfrute.
Juanita ha buscado ser congruente con los tiempos de cambios vertiginosos que le ha tocado vivir y tal vez, la celeridad del mismo le ha impedido llevar su mismo ritmo, aún así, su obra refleja esa coherencia, que además, ratifica su valía; es menester por tanto, reconocerlo y tenerla como ejemplo de ese compromiso de permuta persistente que exige el arte de nuestro tiempo.
Roberto RosiqueTijuana, B. C. Marzo, 2007.
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