La apatía, una condición común en la granja culturosa
de Baja California.
Reconocer nuestro pasado es mirar el
presente con entereza e imaginar un porvenir menos ominoso. Reconocer al que
tendió la mano es un acto indispensable para justificarnos en el presente, pero
también para imaginar un futuro compartido y justo.
Ayer en el CECUT se reconoció la enorme labor promotorial de Marta Palau, su invaluable aportación para visibilizar a la comunidad creativa bajacaliforniana a través de Estandartes, un modelo expositivo suigeneris que se convertiría, en el argot artístico, en sinónimo de un nuevo formulario estético, de signo flotante capaz de replantear el arte formalista.
Un evento en donde también fue planteado, por las distintas voces del panel (pues no se hizo oficial), el cierre del círculo y por supuesto el compromiso de asumir (en su ausencia), un reto mayor en la creación de otro evento de esta naturaleza en honor a la autora.
Anoche las voces de Sol Henaro, Teresa Vicencio, Santiago Espinosa de los Monteros y la mía propia (valga la reiteración), trataron de dimensionar la titánica labor creativa de Marta Palau, así como su invaluable dedicación a dimensionar el arte producido en Baja California. El tiempo no fue suficiente, pero al menos en ese minúsculo recordatorio le dimos las gracias por ser como ha sido; por su entrega generosa de compartir para que otros podamos recorrer caminos menos empedrados. Lo que hace ver su actitud agradecida, y aunque no es el caso, no puedo dejar de imaginar la analogía con aquella mano extendida que la acoge del exilio franquista.
En la sala principal de lecturas del CECUT, pletórica de voces , murmullos, anécdotas y remembranzas, se encontraban amigos y familiares de la autora, directores de la institución presente y pasada, museógrafos, administradores; algunos, muy pocos, alumnos y exalumnos míos de la Facultad de Artes y un puñado de artistas de la comunidad: Estela Hussong, Franco Méndez Calvillo, Daniel Ruanova, Mely Barragán, Cesar Hayashi, Javier Galaviz, Felipe Zúñiga, Lula Lewis (y alguien más que probablemente olvido), ni siquiera el 1% de los que, en algún momento participaron en Estandartes.
Para qué. Ya lo hicieron, ya pasó, ya le sacaron provecho, lo demás ya poco importa.
Esa es una respuesta común en esta circunspecta comunidad culturosa, tan dada a la pleitesía y a la lambisconería, cuando así le conviene, como al olvido o al importamadrismo cuando hay que reconocer.
Yo y sólo Yo, la respuesta maniquea y ramplona de una comunidad ingrata, que celebra sus nimiedades con bombo y platillo, y en su miopía no reconoce que hay o hubo alguien que hizo cosas directas o indirectas para que estuvieras mejor. Una comunidad que no dimensiona la realidad de las cosas, mientras no la incomodes en su confort, en su mundo creativo repetitivo y gris, en donde no hay nada que reconocer, pues no existe nadie mejor que él.
Esto no es nada nuevo (el que es perico donde quiera es verde) y tampoco quita el sueño; como tampoco es mala idea reconocer y refrescar la memoria que en la medida que mides serás medido.
Saludamos a Marta Palau y le agradecemos su grandeza y exigencia como dijo Daniel Ruanova.
Será difícil suplir esa enorme figura valerosa, sin embargo, el reto será también emularla si queremos sembrar algo provechoso para la comunidad
Roberto Rosique