El sábado pasado de nueva cuenta el CEART, Tijuana,
suma un acierto más a sus eventos. En su serie de charlas: Autores bajacalifornianos con
trayectoria, tuvimos la fortuna de escuchar a Estela Hussong hablarnos
de su infancia y su acercamiento al arte en su temprana edad, la decisión de
estudiar en la Escuela de La Esmeralda en el DF, su partida, formación,
amistades, el engrandecimiento de sus sueños y el final retorno a Ensenada. Una
ciudad que la vio nacer y crecer pero que no confiaba en su entrega al arte;
que la miró con desdén, incluso a su retorno del DF. Situación superada por su
firme convicción y entrega a pintar exactamente lo que ella consideró importante,
sin esperar reconocimientos y menos doblegarse ante la complacencia de otros.
Lo
sobresaliente de la charla de Estela, que narra con pormenores infancia y
juventud, en un hilvanar de palabras, anécdotas y sucesos con tal sencillez y
contundencia, que escucharla regocija y no deja de mostrar en el resabio de sus
palabras la analogía entre obra y autor. La fuerza en que se amalgaman es en
verdad admirable, que no debía de sorprendernos pues tras cada pieza, se supone
que está la esencia del autor; sin embargo no en todos se trasluce tal equivalencia
como sucede con esta autora.
Autor y
obra compuestas de sencillez y contundencia.
Para quien no conoce su trabajo basta decirles
que es productora de una obra que se enseñorea por darle relevancia a la
simplicidad de los temas a través de la mesura del color, de las atmósferas
recargadas de trazos sutiles y elementos dispersos de la misma naturaleza,
otorgándole cierta fragilidad y una aparente complejidad que obliga la mirada
al escrutinio; y si bien, la figuración es intencionada, hay en esa madeja de
líneas una subliminal abstracción que conmina a lecturas múltiples.
La línea segura, la meticulosidad del detalle
cuidadosamente realizados sobre el delgado soporte que en su gran mayoría los
contiene (el papel de arroz), hacen aún más etéreas las piezas, y en las
composiciones al óleo o al temple sobre tela o madera, la firmeza del trazo no
se contrapone a la delicadeza de lo pintado.
A la mirada atenta de la artista le da igual
la más insignificante rama o arbusto, una flor o un simple fruto, o esa piedra
olvidada carente de gracia para muchos, Estela encuentra en ellos suficientes
elementos para hacernos ver que en las cosas pequeñas (en apariencia) la
naturaleza desborda también su grandiosidad.
Otra línea más se distingue en el trabajo de esta artista
y es el equilibrio guardado en las series de sus propuestas estéticas, es
decir, la suficiencia de una obra aislada y la coherencia de la serie misma,
que en palabras de la autora “son como piezas de un rompecabeza” que se
embastan con tal precisión, que forman un todo.
La
temática propia, la recurrencia a la composición diagonal, la uniforme
policromía, los amplios espacios sin figuras son características que crean un
patrón y nos induce a encontrar en las extensas series un sentido
preposicional, coherente. El trabajo, por tanto, de esta autora mantiene la
misma consonancia y notabilidad en una obra solitaria que en su conjunto.
Autor y
obra, discurso y tema, en una feliz concordancia que hace obligado ver su obra
y volver a escucharla hablar de la simpleza de la vida para entenderla y
entender también, que en la vida y el
arte no se requiere de grandilocuencias y adornos fatuos, para ser grande.
Roberto
Rosique