Thursday, June 22, 2017

Bronce a Bronce a Plenitud de Jorge Marín, lejos de la gratuidad como sinónimo de democracia


Algunas palabras para el libro Bronce a Plenitud de Jorge Marín,  
lejos de la gratuidad como sinónimo de democracia.
Roberto Rosique


E
l libro Bronce en plenitud (2017), que fue presentado en las instalaciones de El Cubo del Centro Cultural Tijuana, este pasado miércoles 7 de junio, en una mesa de personalidades diversas en la que participaron Elena Catalán, coordinadora de logísticas expositivas y promotoría del Estudio Jorge Marín, Javier Villarreal, crítico y curador de la producción del escultor referido y autor de uno de los textos del libro, ambos de la Ciudad de México, así como Eduardo Lozano, curador independiente y director de Periférica, y el que esto escribe; después de las presentaciones protocolarias, del mensaje de los representantes del Estudio del escultor homenajeado y de las explicaciones de las razones de obsequiar el libro a todo asistente al evento, un acto inusitado sin lugar a dudas, así como el aclarar que el objetivo de tal acción fue específicamente el hecho de hacer más democrático el arte a través de esta medida.

El acto se desarrolló sin contratiempos y si bien lo expuesto provocó cierto escepticismo en relación a la idea de la democratización del arte, hubo una respuesta incipiente del auditorio, y no sé si fue porque esto los haya tomado desprevenido o por la satisfacción de tener entre sus manos un preciado libro de arte. Un aspecto que retomaré al final del texto que presento a continuación, el que preparé para la presentación a la cual fui invitado y que finalmente, los coordinadores del Estudio Marín, cambiaron por este modelo de diálogo y respuesta a una serie de preguntas propuestas por ellos y que en cierta forma resultaba interesante pues rompería un poco con la tradicionalidad de hablar de un libro que posteriormente sería leído. Con todo, anexo esta reseña del libro para quien no pudo acudir al evento, en espera de acercarlos a la producción de este escultor exitoso, criticado fuertemente por unos y alabado igualmente por otros y cierto es, bendecido por las preferencias del sistema; sin que ello implique, aclaro, desestimo de su producción controversial.

Un libro editado de manera impecable bajo el auspicio de la Secretaría de Cultura, la Cámara de Diputados (LXIII Legislatura) y la Fundación Piel de Bronce, A. C., que contempla, la producción escultórica de Jorge Marín realizada entre el 2005 y el 2016, que en este caso conforman un total de 34 obras vaciadas en bronce a la cera perdida y una de las piezas en resina; Un gran reto por el número elevado de obras y todas las implicaciones técnicas y logísticas que conlleva, que van desde la idea preconcebida, el boceto, el modelado o cualquier método empleado para su realización y el vaciado; lo que implica y como han de suponer un arduo trabajo.

Un libro que da la bienvenida con un close up esplendido que realiza Luis Armando Rodríguez Garza de la obra “Fuerza de gravedad” (2016); seguido del prólogo de Sandra Lorenzano que titula: Entre la tierra y el aire, nuestro propio rostro, que la autora propone a partir de los elementos: aire, tierra, agua y fuego, los que entrelaza con las obras del autor y correlaciona con alegorías que brotan particularmente de la mitología griega. Vincula así, el aire con las posibilidades que otorgan las alas de los personajes creados por Marín, desde su liviandad, el acto de flotar y toda la poética que implicaría el hecho de volar; el agua, homenajeada por Marín con las barcas que atraviesan nuestro espacio visual, que rompen con la inercia y transportan; la tierra, como origen y raíz, así como el lugar a donde habrá de volver al fenecer; y del fuego, que permite la alianza matérica y el moldeo del bronce con el que conforma sus piezas; pero también éste último como elemento mitificador de nuestra raza, cual metal mestizo, a decir de Carlos Fuentes según la prologuista, o la raza de bronce, la quinta raza, agregaría, aludiendo a José Vasconcelos. Entre estos elementos, escribe la autora, está “el camino por el que nos lleva Jorge Marín” (p.19).

Un texto en donde las obras consumadas para el presente, las encuentra ligadas al pasado, que ante el ánimo de la correlación y la buena voluntad, devela las emociones que provocan las obras de Jorge Marín en Sandra Lorenzano; palabras que discurre en una finísima línea de aproximaciones no siempre convincentes, a veces forzadas a una analogía poco clara; pero que con acertada razón reflejan lo que el escultor puntualiza “Me gusta que con mi obra se dé un dialogo muy íntimo: esa suerte de espejo donde tú mismo reflexiones sobre tus miedos, tus deseos, tus fantasías...” (pp.22, 23).

Otro texto aproximativo a la obra del escultor es el ensayo de Lily Kassner titulado: Jorge Marín o el ser en plenitud del ser, que “concibe como una celebración del evidente dominio de los recursos artísticos y de las técnicas requeridas que ostenta la obra magistral realizada los últimos años por Jorge Marín...” (p.131). En él describe la belleza proverbial y misteriosa que otorga el artista a la figura masculina, a las que Kassner atribuye “cualidades divinas o casi bestiales” (p.132), las que al proporcionarles alas nos las ofrece en un despliegue angelical ¿o demoníaco?  “Seres ambiguos, puesto que también podrían pasar por emblemáticas entidades protectoras, [que] se presentan de igual manera como una temible y poderosa especie de pertinaces guerreros e insaciables predadores” (pp.133, 134).

Personajes de expectante actitud, vueltos enigma cuando les adosa un antifaz o una máscara picuda y la autora correlaciona con la alegoría náhuatl del dios del viento (Ehécatl), el que sopla a través del pico de la careta y con su aliento inicia el movimiento del sol, anuncia y hace a un lado la lluvia, y trae la vida a lo que está inerte, o bien, liga a la Comedia del Arte (una forma de teatro italiano de la improvisación), con el que representan el drama o la tragedia. Lecturas propiciadas por las emblemáticas figuras de Marín sobradas de misterio; no obstante que, para el escultor, con el uso el antifaz busca una clara intención de objetivar. “Al cubrir la cara de mis personajes intento despersonalizarlos y dejar como único medio de expresión el cuerpo símbolo universal por sí mismo...” (Marín, p.146). Sin embargo, no con ello cierra las posibilidades de la reinterpretación, el propio autor conmina a ello.

Lily Kassner, hace también mención de las figuras fragmentadas, habla de lo fortuito de su origen y la cercanía que encuentra entre ellas y el Expresionismo alemán. Describe las propuestas ecuestres, las esculturas marineras (como designan las obras en las que Marín incluye canoas o embarcaciones); así como las piezas que representan una diversidad de personajes en plena acción de juegos circenses o gimnásticos, las que detalla y destaca sus cualidades. Casi al cierre de su ensayo se pregunta cuál ha sido la función de la escultura, hace un repaso de la historia de este género, habla de su función pedagógica o didáctica para ilustrar a las masas particularmente en el ámbito religioso, y hace mención de su papel ornamental.

La autora menciona entre los antecedentes de la producción de Jorge Marín, la estatuaria griega y  ejemplifica con la escultura el Auriga de Delfos (474, a. C.), uno de los pocos bronces griegos existentes, el que dada su verticalidad y cualidades técnicas del drapeado de la vestimenta ceñida al cuerpo por correas, asocia con algunas obras de Marín, y el Discóbolo (450 a. C.) cuya cualidad cinética y el extraordinario equilibrio, emparenta “con toda proporción guardada” subraya (p.150). Así también encuentra cercana la propuesta de Marín a Augusto Rodin y a su discípulo Antoine Bourdelle, y  declara la análoga intencionalidad subyacente entre Rodin y Marín y enfatiza en que “no obstante la sabiduría anatómica de la que hace alarde, sus figuras carecen de lógica en cuanto a proporciones, pues éstas sólo están justificadas por las exigencias de la emoción o el sentimiento correspondiente y las características psicológicas que plasmó, utilizando la dinámica del cuerpo humano según su propio criterio estético, para los fines artísticos que se propuso y logró ampliamente” (p.154).

En este sentido, agregaría, la perfección -matemáticamente hablando-, vuelve con frecuencia rígida e inexpresiva la representación pues relega lo emotivo que deriva de las aproximaciones y la intuición; razones (la perfección y la rigidez) de las que se desentienden las obras de Jorge Marín y que en tal ausencia los trabajos de este autor nacidos de la sagacidad, emocionan y generan empatía.

Es un texto amplio con muchos ejemplos y poco sustento, el que se ve debilitado también por las similitudes que propone entre el autor laureado y sus referentes que no convencen del todo, en el que pesa la plena identificación del crítico, su gusto y entusiasmo con la obra que analiza y ello reduce la visión neutral que dé cabida a las subjetividades también del lector; pero tampoco es obligado que sea de otra manera, el propio Jorge Marín anima a que sea el espectador el que asuma su responsabilidad interpretativa y con ello se justifica.

Y finalmente un excelente texto a dos voces escrito por Alesha Marcado y Javier V. Villarreal, que titulan: El instante perfecto, aludiendo al espacio urbano que da albergue a la obra de Marín y su correlación con él, y enfocan sus reflexiones en particular a cuatro obras, no a tres como menciona Alesha, en las que la escritora refiere “que despliegan algo íntimo abriendo la posibilidad a que las historias se multipliquen. [...] con capacidad de producir situaciones y lugares, y como tal, generar un entrecruzamiento de experiencias” (p.159). Obras que hablan de la transformación de los procesos creativos del artista, en las que encuentra “un gradual distanciamiento de los cuerpos angelicales y perfectos para tocar el alma a través de formas más humanas”, con las que reproduce, escribe la autora, un ambiente propicio para la contemplación y el disfrute del entorno urbano. En tanto que Javier Villarreal, considera que Jorge Marín aborda la calle “conformando obras que apelan a una estética conjunta entre símbolo y ciudad, un nuevo hábitat propicio para la imaginación, la indagación y el juego” (p.160). Insisten en su importancia como componente estático y estético de una urbe cambiante, en constante movimiento, obras que bien pueden leerse como remansos visuales, que seguramente, puedo suponer, atemperan la explosiva dinámica citadina y conminan a la reflexión.

Una de las obras: El ruido generado por el choque de los cuerpos (2016), compuesta por tres cuerpos  que permanecen de pie dentro de una embarcación cubiertos cada uno con telas a manera de un sudario que dibuja muy bien su figura y deja al descubierto los pies, generan incertidumbre, pues ocultan lo que ya sabemos y revelan desasosiego. “Esta obra, nos dice Villarreal, trasciende la habitual naturaleza ideal de los cuerpos que han dado fama a la obra de Jorge Martín” (p.164),  para acercarnos a una relación estética más apegada a lo sublime, entendido como aquello que estremece más allá de nuestros gustos.

Camino nuevo (2016), es una obra compuesta por una esfera y un ala. “Un ala postrada en el piso, refiere Alesha Mercado, puede no significar una derrota, simplemente tratarse de un nuevo comienzo” (p.171). Una obra incierta para Villarreal, “una ala completamente aterrizada, plantada, de la forma más literal, sobre la tierra” a manera de restos arqueológicos, como vestigios de un algo que fue y hoy es memoria, aferrada a no quedar en el olvido.

Balsa Tierra (2016), “Una obra de múltiples opuestos, refiere Villarreal, tierra, cielo y agua juegan simbólicamente en un mismo conjunto” (p.177), la balsa representa el agua, la tierra el hombre en cuclillas y el aire, al ser alado. “Tres instancias... […] tres distintas formas de tránsito y de habitar el espacio” (p.179).

Intercambio de contenidos (2016), “Aquí, apunta Alesha Mercado, hay un diálogo secreto […] aquí, se lleva a cabo un diálogo en muchos niveles: voz con voz, cuerpo con cuerpo y mirada con mirada. No hace falta decir mucho más” (p.183), y que según Villarreal, “apunta a lo fundamental del proceso de intercambio de comunicación, para llegar a entendimiento. […] la escultura media, simbólicamente, nuestras distancias internas: la balsa es nuestro cuerpo, un espacio que espera ser ocupado; los dos personajes, nuestras voces interiores que dialogan entre sí, se descubre, nos descubren, arrinconados en un espacio de nuestra mente.” (p.187).

Un libro en el que se hace el recuento de una parte de la amplia producción de Jorge Marín, en donde es posible detener la mirada y disfrutar las espléndidas reproducciones fotográficas con sus magníficos acercamientos que incitan al tacto, tal como seguramente sucedería al entrar en contacto directo con las piezas; una cualidad, por cierto, que le otorga la tridimensionalidad, así como el frío y eterno metal envejecido por las patinas. Singularidades que provocan, atraen y atrapan, cuerpos que con su atavío y antifaz comulgan con el misterio, tal se ha dicho; en donde la habilidad representacional lleva a la figura de la movilidad al equilibrio, de la contorsión a la lasitud, de las figuras que se yerguen casi hieráticas a las que contemplan en cuclillas; solitarias o en su conjunto siempre enigmáticas y silentes, que sólo encierran suposiciones, las que nacen de las inquietudes del que las contempla.

Obras que provocan los sentidos y emocionan, para eso están hechas; no hay en estas piezas intenciones de relatar hechos históricos, y toda narrativa que se desprende de ellas, cierto es que remiten a un juego de nostalgias, no son tampoco aforismos. Jorge Marín, se vale de la reinterpretación de los símbolos que ha manejado la humanidad por miles de años, así nos lo deja saber, y los reajusta para hacer un lenguaje propio de cada espectador (p.69).

Un libro esplendido, se ha dicho, pero que al ser presentado bajo la rúbrica de la gratitud, del regalo y esto como un gesto o una forma de democratización del arte, resulta un argumento con muy poco sustento para aceptar como válida tal premisa y no es para menos, pues quien patrocina: un organismo oficial de cultura y otro la Cámara de Diputados, provocan desconfianza, sobre todo este último gremio que ha dado muestras reiteradamente de su desconocimiento de la cultura, de su servilismo al partido que lo postula y no al pueblo a quien supuestamente se debe, de su actuar sin escrúpulos vendiéndose al mejor postor, haciendo del espacio oficial donde sesionan un chiquero en donde lo que predomina es exactamente la ausencia de democracia, y ante actos así, inexorablemente, se siembran dudas.

Una acción “generosa” que cuesta trabajo creer en su bondad y como consecuencia provoca interrogantes, los que van desde el hecho de quién y por qué se seleccionó a tal autor y no a otro u otros para una edición colaborativa (que a fin de cuenta resultaría más democrática). Un acto que por bien intencionado que sea resulta difícil entenderlo como tal, cuando se dice que hubo un tiraje de tres mil ejemplares, que para una acción masiva democratizante como se pretende, este número resulta menos que significativo. Un autor célebre y rico en su área ¿por qué habría de prestarse a este juego? que si bien es generoso resulta poco convincente en su pretensión.

Seguramente pensarán que siempre nos quejamos, que si ni nos dan, ¿por qué no nos dan, y si lo hacen ¿por qué lo hacen? y hay harta razón en ese reproche; más aún cuando el acto generoso de dar se ampara en la idea de la democratización, esto por ninguna razón debería cuestionarse, sólo agradecerse y divulgar la buena voluntad; pero cuando este accionar proviene de un donador poco usual y de dudosa reputación, que además, se lleva a cabo en circunstancias nacionales políticas, sociales y económicas críticas como las que vivimos en la actualidad, y cuando el descredito de estos organismos (ganado a pulso por ellos mismos) parece ser su condición natural; el regalo, aún cuando sea con la mejor intención del mundo, no dejará de causar suspicacias.

La cultura es un bien de todos y para todos, el arte cuando es patrocinado por organismos públicos también adquiere esas connotaciones y compromisos, nunca ha de ofrecerse condicionado pues de lo contrario sólo reluce la instrumentalidad del mismo y merma sus valores prioritarios.


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